ARA el fin: para la octava: Salmo de David.
Sálvame, Señor; porque ya no se halla un hombre de bien sobre la tierra; porque las verdades no se aprecian ya entre los hijos de los hombres.
Cada uno de ellos no habla sino con mentira a su prójimo; habla con labios engañosos y con un corazón doble.
Acabe el Señor con todo labio tramposo y con la lengua jactanciosa.
Ellos han dicho: Nosotros con nuestra lengua, o artificiosas palabras, haremos cosas grandes; somos dueños de nuestros labios; ¿quién nos manda a nosotros?
Pero el Señor mirando a la miseria de los desvalidos, y al gemido de los pobres, dice: Ahora me levantaré yo para defenderlos. Los pondré a salvo; yo les inspiraré confianza.
Palabras puras y sinceras son las palabras del Señor; son plata ensayada al fuego, acendrada en el crisol, y siete o mil veces refinada.
¡Oh Señor!, tú nos salvarás, y nos defenderás siempre de esta raza de gentes.
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Los impíos andan alrededor de nosotros: Tú, según tu grandeza o altísima sabiduría, has multiplicado los hijos de los hombres.
Pater
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