N el principio del reinado de Joakim, hijo de Josías, rey de Judá, me habló el Señor en estos términos:
Esto dice el Señor: Ponte en el atrio de la casa del Señor; y a todas las ciudades de Judá, cuyos moradores vienen a adorar en el templo del Señor, les anunciarás todo aquello que te he mandado decirles; no omitas ni una sola palabra,
a ver si acaso te escuchan, y se convierten de su mala vida; por lo cual me arrepienta yo o desista del castigo que medito enviarles por la malicia de sus procederes.
Tú, pues, les dirás: Esto dice el Señor: Si vosotros no me escuchareis, si no siguiereis la ley mía que yo os di,
y no creyereis en las palabras de mis siervos los profetas que yo con tanta solicitud os envié, y dirigí a vosotros, y a quienes no habéis dado crédito,
yo haré con esta casa, o templo, lo que hice con Silo, y a esta ciudad la haré la execración de todas las naciones de la tierra.
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Oyeron los sacerdotes y los profetas y el pueblo todo cómo Jeremías anunciaba tales cosas en la casa del Señor.
Y así que hubo concluido Jeremías de hablar cuanto le había mandado el Señor que hiciese saber a todo el pueblo, la prendieron los sacerdotes y los falsos profetas, y el pueblo todo, diciendo: ¡Muera sin remedio!
¿Cómo ha osado profetizar en el nombre del Señor, diciendo: Este templo será destruido como Silo, y esta ciudad quedará de tal manera asolada que no habrá quien la habite? Y todo el pueblo se amotinó contra Jeremías en la casa del Señor.
Llegó esto a noticia de los príncipes de Judá, y pasaron desde el palacio del rey a la casa del Señor, y se sentaron en el tribunal que está a la entrada de la puerta nueva de la casa del Señor.
Entonces los sacerdotes y los profetas hablaron a los príncipes y a toda la gente, diciendo: Este hombre es reo de muerte; porque ha profetizado contra esta ciudad, conforme vosotros mismos habéis oído.
Pero Jeremías habló en estos términos a todos los príncipes y al pueblo todo: El Señor me ha enviado para que profetizara contra esta casa y contra esta ciudad todas las palabras que habéis oído.
Ahora, pues, enmendad vuestra vida, y purificad vuestras inclinaciones, y escuchad la voz del Señor Dios vuestro, y no dudéis que el Señor se arrepentirá o desistirá del castigo con que os ha amenazado.
En cuanto a mí, en vuestras manos estoy; haced de mí lo que mejor os parezca y sea de vuestro agrado.
Sabed, no obstante, y tened por cierto, que si me quitáis la vida, derramaréis la sangre inocente, y la haréis recaer sobre vosotros mismos, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes; porque verdaderamente es el Señor el que me ha enviado a comunicar a vuestros oídos todas las estas palabras.
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Entonces los príncipes y todo el pueblo dijeron a los sacerdotes y a los profetas: No es este hombre reo de muerte, puesto que él nos ha predicado en nombre del Señor Dios nuestro.
Se levantaron luego algunos de los ancianos del país, y hablaron al pueblo de esta manera:
Miqueas, natural de Morasti, fue profeta en tiempo de Ezequías , rey de Judá, y predicó a todo el pueblo, diciendo: Esto dice el Señor de los ejércitos: Sión será arada como un barbecho, y Jerusalén parará en un montón de piedras, y el monte Moria, en que está situado el templo, será un espeso bosque.
¿Fue por ventura Miqueas condenado a muerte por Ezequías , rey de Judá, y todo su pueblo? Al contrario ¿no temieron ellos al Señor e imploraron su clemencia, y el Señor se arrepintió o desistió de enviarles el castigo con que les había amenazado? Luego nosotros cometeríamos un gran pecado en daño de nuestras almas.
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Hubo también un varón llamado Urías, hijo de Semei, natural de Cariatiarim, que profetizaba en el nombre del Señor, y profetizó contra esta ciudad y contra este país todo lo que ha dicho Jeremías.
Y habiendo oído el rey Joakim, y todos sus magnates y cortesanos lo que profetizaba, intentó el rey quitarle la vida. Lo supo Urías, y temió, y se escapó, y se refugió en Egipto.
Y el rey Joakim envió a Egipto, para prenderlo, a Elnatán, hijo de Acobor, acompañado de otros hombres,
quienes sacaron a Urías de Egipto, y lo condujeron al rey Joakim; el cual lo mandó degollar y arrojar el cadáver en la sepultura de la ínfima plebe.
El auxilio, pues, de Ahicam, hijo de Safán, protegió a Jeremías, para que no fuese entregado en manos del pueblo y le matasen.
Pater
Filius
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