ALMO de David, estando en el desierto de Iduméa
¡Dios mío, oh mi Dios!, a ti aspiro, y me dirijo desde que apunta la aurora. De ti está sedienta el alma mía. ¡Y de cuántas maneras lo está también este mi cuerpo!
En esta tierra desierta, intransitable y sin agua, me pongo en tu presencia, como si me hallara en el santuario, para contemplar tu poder y la gloria tuya.
Más apreciable es que mil vidas tu misericordia; por tanto se ocuparán mis labios en tu alabanza.
Por esto te bendeciré toda mi vida, y alzaré mis manos invocando tu Nombre.
Quede mi alma bien llena de ti, como de un manjar jugoso; y entonces con labios que rebosen de júbilo, te cantará mi boca himnos de alabanza.
Me acordaba de ti en mi lecho; en ti meditaba luego que amanecía;
pues tú eres mi amparo, y a la sombra de tus alas me regocijaré.
En pos de ti va anhelando el alma mía; me ha protegido tu diestra.
En vano han buscado cómo quitarme la vida; entrarán en las cavernas más profundas de la tierra:
Entregados serán a los filos de la espada; serán pasto de las zorras.
Entretanto el rey se regocijará en Dios: loados serán aquellos que le juran; porque quedó así tapada la boca de todos los que hablaban inicuamente.
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