ALMO de David cuando le perseguia su hijo Absalon. ¡Oh Señor!, escucha benigno mi oración; presta oídos a mi súplica, según la verdad de tus promesas; óyeme por tu misericordia.
Mas no quieres entrar en juicio con tu siervo; porque ningún viviente puede aparecer justo en tu presencia.
Ya ves cómo el enemigo ha perseguido mi alma; abatida tiene hasta el suelo la vida mía. Me ha confinado en lugares tenebrosos, como a los que murieron hace ya un siglo.
Mi espíritu padece terribles angustias; está mi corazón en continua zozobra.
Mas me acordé luego de los días antiguos; me puse a meditar todas tus obras; ponderaba los efectos maravillosos de tu poder.
Levanté mis manos hacia ti como tierra falta de agua, así está por ti suspirando el alma mía.
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Oyeme luego, ¡oh Señor!, mi espíritu ha desfallecido. No retires de mí tu rostro; haz que no haya de contarme ya entre los muertos.
Hazme sentir cuanto antes tu misericordia, pues en ti he puesto mi esperanza. Muéstrame el camino que debo seguir, ya que hacia ti he levantado mi corazón.
Líbrame, ¡oh Señor!, de mis enemigos; a ti me acojo.
Enséñame a cumplir tu voluntad, pues tú eres mi Dios. Entonces tu espíritu es infinitamente bueno, me conducirá a la tierra de la rectitud y santidad.
Por amor de tu Nombre, ¡oh Señor!, me darás la vida, según la justicia de tus promesas. A mi alma la sacarás de la tribulación,
y por tu misericordia disiparás a mis enemigos; y perderás a todos los que afligen el alma mía, puesto que siervo tuyo soy.
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