ARA el fin: Salmo y cántico de David.
Así que lo invoqué, me oyó Dios, que es mi justicia; tú, ¡oh Dios mío!, en mi angustia me ensanchaste el corazón. Apiádate aún de mí, y presta oídos a mi oración.
¡Oh, hijos de los hombres!, ¿hasta cuándo seréis de estúpido corazón?; ¿por qué amáis la vanidad y vais en pos de la mentira?
Sabed, pues, que es el Señor quien ha hecho admirable su Santo: el Señor me oirá siempre que clamare a él.
Enojaos, y no queráis pecar más; compungíos en el retiro de vuestros lechos de las cosas que andáis meditando en vuestros corazones.
Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en el Señor. Dicen muchos: ¿Quién nos hará ver los bienes que se nos prometen?
Impresa está, Señor, sobre nosotros la luz de tu rostro: tú has infundido la alegría en mi corazón.
Ellos están bien abastecidos y alegres con la abundancia de su trigo, vino y aceite.
Mas yo, Dios mío, dormiré en paz, y descansaré en tus promesas:
Porque tú, ¡Oh Señor!, sólo tú has asegurado mi esperanza.
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