SALMO de David. Señor, a ti he clamado, óyeme benigno; atiende mi voz, cuando hacia ti la dirijo. 2 Ascienda mi oración ante tu acatamiento, como el olor del incienso; sea la elevación de mis manos tan grata, como el sacrificio de la tarde. 3 Pon, Señor, un guardia en mi boca, y un candado que cierre enteramente mis labios.

4 No permitas que se deslice mi corazón a palabras maliciosas, para pretextar excusas en los pecados, como hacen los hombres malvados; en sus delicias no quiero tomar parte. 5 El justo me corregirá y reprenderá con caridad y misericordia; pero nunca llegará a ungir con bálsamo mi cabeza el pecador. Porque mis oraciones se dirigirán siempre contra sus antojos.

6 Perecerán los caudillos, estrellándose contra las peñas. Oirán cómo han sido eficaces mis palabras. 7 Al modo que en el campo se desmenuza el grueso terrón, así fueron esparcidos nuestros huesos; estuvimos a punto de morir.

8 Pero, Señor, pues mis ojos están levantados hacia ti, ¡oh Señor!, pues en ti he esperado, no me quites la vida. 9 Guárdame de los lazos que me han armado, y de las emboscadas de esa malvada gente. 10 Caerán los pecadores en sus mismas redes, mientras que yo pasaré libre y seguro.
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