dijo el Señor a Moisés: Anda ve al faraón, y dile: Esto dice el Señor Dios de los hebreos: Deja salir a mi pueblo para que me ofrezca sacrificios.
Porque si le resistes aún y le detienes,
mira que mi mano descargará sobre tus campos; y enviaré sobre caballos, y asnos, y camellos, y bueyes y ovejas, una cruel peste.
Y hará el Señor esta distinción milagrosa entre los bienes de Israel y los bienes de los egipcios, que no perecerá nada de lo que pertenece a los hijos de Israel.
Y el Señor fijó el plazo, diciendo: Mañana ejecutará el Señor en la tierra este prodigio.
Así lo hizo el Señor al día siguiente, y murieron todos los animales de los egipcios; pero de los animales de los israelitas, ni uno siquiera pereció.
Y envió el faraón a verlo; y se halló que nada había muerto de lo que poseía Israel. Mas el corazón del faraón se endureció, y no soltó al pueblo.
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Dijo entonces el Señor a Moisés y a Aarón: Coged puñados de cenizas de un fogón, y espárzala Moisés hacia el cielo en presencia del faraón,
y extiéndase este polvo por todo Egipto; de que resultarán úlceras y tumores apostemados en hombres y animales por todo el país de Egipto.
Cogieron, pues, ceniza de un fogón y se presentaron al faraón, y Moisés la esparció hacia el cielo; y luego sobrevinieron úlceras de tumores apostemados en hombres y animales.
Ni los hechiceros podían comparecer delante de Moisés, a causa de las úlceras que padecían, igual que todos los demás egipcios.
Y endureció o abandonó el Señor el corazón del faraón, que tampoco dio oídos a Moisés y Aarón, según lo había dicho el Señor a Moisés.
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No obstante, dijo el Señor a Moisés: Levántate de mañana y preséntate al faraón y le dirás: Esto dice el Señor Dios de los hebreos: Dejad que vaya mi pueblo a ofrecerme sacrificios.
Porque esta vez he de enviar todas mis plagas sobre tu corazón, y sobre tus siervos y sobre tu pueblo; para que sepas que no hay semejante a mí en toda la tierra.
Pues esta vez, extendiendo mi mano te castigaré a ti y a tu pueblo con mortal pestilencia, y serás exterminado de la tierra.
Que a este fin te he conservado o sufrido para mostrar en ti mi poderío, por donde mi nombre sea celebrado en todo el mundo.
¿Y aún retienes tú a mi pueblo, y no quieres dejarle ir?
Pues mira, mañana a esta misma hora, haré llover un horrible pedrisco, tal cual nunca se ha visto en Egipto desde que comenzó a ser habitado, hasta el presente.
Por eso desde ahora envía y recoge tus bestias, y todo cuanto tienes en el campo; porque hombres y bestias, y todo lo que se hallare al descubierto y no se hubiere retirado de los campos, cayendo sobre ellos el pedrisco, todo perecerá.
Aquel que entre los siervos del faraón temió la palabra del Señor, hizo retirar a casa sus criados y bestias.
El que no hizo caso de lo que dijo el Señor, dejó a sus criados y bestias en el campo.
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Dijo, pues, el Señor a Moisés: Extiende tu mano hacia el cielo, para que caiga un pedrisco en toda la tierra de Egipto sobre hombres y sobre bestias, y sobre toda hierba del campo en Egipto.
Extendió luego Moisés la vara hacia el cielo, y el Señor despidió truenos, y granizo, y centellas que discurrían sobre la tierra. E hizo llover el Señor piedra sobre el país de Egipto.
Y la piedra y el fuego caían mezclados entre sí: y fue la piedra de tal tamaño, cual no se vio jamás antes en toda la tierra de Egipto, desde el establecimiento de aquella nación.
Piedra que hirió en Egipto todas cuantas cosas se hallaron en la campiña desde el hombre hasta la bestia; y arrasó el pedrisco toda la hierba del campo, y destrozó todos los árboles del país.
Sólo en la tierra de Gesén, donde moraban los hijos de Israel, no cayó piedra.
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Envió, en fin, el faraón a llamar a Moisés y Aarón, y les dijo: También esta vez he pecado: el Señor es justo; yo y mi pueblo unos impíos.
Rogad al Señor que cesen esos terribles truenos y pedrisco, para que yo os deje ir, y de ninguna manera os detengáis aquí más tiempo.
Respondió Moisés: Saliendo de la ciudad, alzaré mis manos al Señor, y cesarán los truenos, y no caerá más piedra; para que sepas que la tierra es del Señor.
Pero yo conozco que ni tú, ni tus siervos teméis al Señor Dios.
Es de notar que el lino y la cebada se perdieron; por cuanto la cebada estaba espigada y el lino granaba ya.
Pero el trigo y la espelta no padecieron, por ser tardíos.
Despedido Moisés del faraón, así que salió de la ciudad alzó las manos hacia el Señor, y cesaron los truenos y el pedrisco; ni cayó más gota de agua sobre la tierra.
Pero viendo el faraón que había cesado la lluvia, la piedra y los truenos, agravó su pecado:
Se obstinó su corazón y el de sus siervos o ministros, se endureció más y más, y no dio libertad a los hijos de Israel, como lo había mandado el Señor por medio de Moisés.
Pater
Filius
Spiritus Sanctus
Angelorum
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