dijo el Señor a Moisés: Ve al palacio del faraón, porque yo tengo abandonado a la dureza su corazón y el de sus servidores o ministros, para continuar haciendo en él estos prodigios de mi poder,
y a fin de que tú cuentes a tus hijos y nietos cuántas veces he destrozado a los egipcios, obrando prodigios contra ellos, por donde conozcáis que yo soy el Señor.
Entraron, pues, Moisés y Aarón en el palacio del faraón, y le dijeron: Esto dice el Señor Dios de los hebreos: ¿Hasta cuándo rehusarás sujetarte a mí? Deja salir a mi pueblo a ofrecerme sacrificios.
Que si prosigues resistiendo y no quieres soltarle, mira que mañana yo inundaré tus comarcas de langostas,
que cubran la superficie de la tierra, de suerte que nada de ella se vea, y devoren cuanto no hubiere destrozado el pedrisco; porque roerán todos los árboles y plantas que brotan en los campos.
Y se llenarán de ellas tus casas y las de tus servidores, y las de todos los egipcios, en tanta muchedumbre cuanta no han visto ni tus padres, ni tus abuelos desde que vinieron al mundo hasta el día presente. Con esto volvió las espaldas, y dejó al faraón.
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Le dijeron, pues, al faraón sus criados o ministros: ¿Hasta cuándo hemos de padecer, oh señor, esta ruina? Deja ir a esos hombres a ofrecer sacrificios al Señor Dios suyo. ¿No ves cómo está perdido todo Egipto?
Volvieron, pues, a llamar a Moisés y Aarón ante el faraón, el cual les dijo: Id, sacrificad al Señor vuestro Dios. ¿Mas cuáles son los que han de ir?
Hemos de ir, respondió Moisés, con nuestros niños y ancianos, con los hijos e hijas, con nuestras ovejas y ganados mayores; por cuanto es una fiesta solemne del Señor Dios nuestro.
Replicó el faraón: Así Dios os ayude, ¿cómo yo he de permitiros ir con vuestros niños? ¿Quién puede dudar que procedéis con refinada malicia?
No ha de ser así: mas id solamente los hombres y sacrificad al Señor; pues es lo que vosotros mismos habéis pedido. Y al punto fueron echados de la presencia del faraón.
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En seguida dijo el Señor a Moisés: Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto, hacia la langosta, a fin de que venga y devore toda la hierba que hubiere quedado después del pedrisco.
Extendió, pues, Moisés la vara sobre la tierra de Egipto; y envió el Señor un viento abrasador todo aquel día y aquella noche, el cual venida la mañana, trajo las langostas.
Se derramaron éstas sobre toda la tierra de Egipto, y posaron en todos los términos de los egipcios en tan espantosa muchedumbre, que nunca había habido tantas hasta aquel tiempo, ni las ha de haber en lo sucesivo.
Y cubrieron toda la faz de la tierra, talándolo todo. De manera que fue devorada la hierba del campo, y todos los frutos de los árboles, que había perdonado la piedra; y no quedó absolutamente cosa verde, ni en los árboles, ni en las hierbas de la tierra en todo Egipto.
Por lo cual el faraón a toda prisa llamó a Moisés y Aarón, y les dijo: Pecado he contra el Señor Dios vuestro, y contra vosotros.
Ahora, pues, perdonadme mi pecado también por esta vez, y rogad al Señor vuestro Dios que aparte de mí esta muerte.
Salido Moisés de la presencia del faraón, oró al Señor.
El cual hizo soplar del poniente un viento muy recio, que, arrebatando las langostas, las arrojó en el mar Rojo; sin que quedase ni una sola en todos los confines de Egipto.
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Y el Señor endureció el corazón del faraón, que no dejó todavía partir a los hijos de Israel.
Dijo entonces el Señor a Moisés: Extiende tu mano hacia el cielo, y haya tinieblas sobre la tierra de Egipto, tan densas, que puedan palparse.
Extendió Moisés la mano hacia el cielo, y al instante tinieblas horrorosas cubrieron toda la tierra de Egipto por espacio de tres días.
Una persona no veía a otra, ni se movió del sitio en que estaba; pero dondequiera que habitaban los hijos de Israel, allí había luz.
Por lo que el faraón llamó a Moisés y Aarón, y les dijo: Id, sacrificad al Señor; queden solamente vuestras ovejas y ganados mayores; vayan vuestros niños con vosotros.
Respondió Moisés: También nos has de dar hostias y holocaustos que ofrecer al Señor Dios nuestro.
Los ganados todos han de venir con nosotros: no ha de quedar de ellos ni una pezuña; como que son necesarios para el culto del Señor Dios nuestro, sobre todo no sabiendo qué es lo que debe inmolársele, hasta que lleguemos al sitio mismo que nos ha señalado.
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Con eso endureció el Señor el corazón del faraón, y no quiso tampoco soltarlos.
Y dijo el faraón a Moisés: Quítateme de delante, y guárdate de comparecer otra vez en mi presencia: el primer día que te me presentes, morirás.
Respondió Moisés: Así se hará como tú has dicho; no volveré yo a ver tu cara.
Pater
Filius
Spiritus Sanctus
Angelorum
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