UANDO salieres a la guerra contra tus enemigos, y vieres su caballería y carros, y hallares que su ejército es más numeroso que el tuyo, no los temas; pues el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, está contigo.
Al acercarse ya la hora del combate, se pondrá el sacerdote o pontífice a la cabeza del ejército, y hablará al pueblo de esta manera:
Escucha, ¡oh Israel!, vosotros entrais hoy en batalla contra vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no os intimidéis, no volváis pies atrás, no los temáis:
porque el Señor Dios vuestro está en medio de vosotros, y peleará por vosotros contra los enemigos, para libraros del peligro.
Los capitanes asimismo al frente de sus respectivos escuadrones gritarán, de modo que todos los oigan: ¿Hay alguno que ha edificado casa nueva y no la haya estrenado todavía? Váyase y vuélvase a su casa; no sea que muera en batalla y otro la estrene.
¿Hay alguno que haya plantado una viña y todavía no ha podido disfrutar de ella? Váyase y vuélvase a su casa; no sea que muera en la guerra y la disfrute otro.
¿Hay alguno que tenga mujer apalabrada y aún no la ha tomado? Váyase y vuélvase a su casa, no sea que muera en el combate y la tome otro.
Dicho esto añadirán aún, y dirán al pueblo: ¿Qué hombre hay aquí medroso y de corazón apocado? Váyase y vuélvase a su casa, porque no comunique a sus hermanos el miedo de que él está poseído.
En callando los capitanes del ejército, concluida su amonestación, cada cual ordenará sus escuadrones para la batalla.
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En el caso de acercarte a sitiar una ciudad, ante todas cosas le ofrecerás la paz.
Si la aceptare y te abriere las puertas, todo el pueblo que hubiere en ella está a salvo, y te quedará sujeto, y será tributario tuyo.
Mas si no quisiere rendirse y empieza contra ti las hostilidades, la batirás;
y cuando el Señor Dios tuyo la hubiere entregado en tus manos, pasarás a cuchillo a todos los varones de armas tomar que hay en ella.
Mas no harás daño a las mujeres, ni a los niños, bestias y demás cosas que hubiere en la ciudad. Repartirás entre la tropa todo el botín, y comerás de los despojos de tus enemigos, que tu Señor Dios te habrá dado.
Así harás todas las ciudades, que están muy distantes de ti, y no son de aquellas de que has de tomar posesión.
Porque en las ciudades que se te darán en la tierra prometida, no dejarás alma viviente;
sino que a todos sin distinción, los pasarás a cuchillo: es a saber al heteo, y al amorreo, y al cananeo, y al ferezeo, y al heveo, y al jebuseo, como el Señor tu Dios te tiene mandado;
para que no os enseñen a cometer todas las abominaciones que han usado ellos con sus dioses, y ofendáis a Dios vuestro Señor.
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Cuando sitiares una ciudad por mucho tiempo, y la cercares con trincheras para tomarla, no has de cortar los árboles frutales, ni talar a golpes de hacha las arboledas del contorno; pues leños son y no hombres que puedan aumentar contra ti el número de combatientes.
Si hay árboles que no dan fruta, sino que son silvestres y propios para otros usos, córtalos y forma de ellos máquinas, hasta tomar la ciudad que se resiste contra ti.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas