YA que estamos, pues, rodeados de una tan grande nube de testigos, descargándonos de todo peso, y de los lazos del pecado que nos tiene ligados, corramos con aguante al término del combate, o la meta o hito, que nos es propuesto,

2 poniendo siempre los ojos en Jesús , autor y consumador de la fe, el cual en vista del gozo que le estaba preparado en la gloria sufrió la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y en premio está sentado a la diestra del trono de Dios. 3 Considerad, pues, atentamente a aquel Señor que sufrió tal contradicción de los pecadores contra su misma persona, a fin de que no desmayéis, perdiendo vuestros ánimos. 4 Pues aun no habéis resistido hasta derramar la sangre, como Jesucristo, combatiendo contra el pecado; 5 sino que os habéis olvidado ya de las palabras de consuelo, que os dirige Dios como a hijos, diciendo en la Escritura. Hijo mío, no desprecies la corrección o castigo del Señor, ni caigas de ánimo cuando te reprende.

6 Porque el Señor al que ama, le castiga; y a cualquiera que recibe por hijo suyo, le azota y le prueba con adversidades. 7 Sufrid, pues, y aguantad firmes, la corrección. Dios se porta con vosotros como con hijos. Porque ¿cuál es el hijo a quien su padre no corrige? 8 Que si estáis fuera de la corrección o castigo, de que todos los justos participaron, bien se ve que sois bastardos, y no hijos legítimos. 9 Por otra parte, si tuvimos a nuestros padres carnales que nos corrigieron, y los respetábamos, y amábamos, ¿no es mucho más justo que obedezcamos al Padre de los espíritus, para alcanzar la vida eterna?

10 Y a la verdad aquellos por pocos días no castigaban a su arbitrio; pero éste nos amaestra en aquello que sirve para hacernos santos. 11 Es indudable que toda corrección, por lo pronto parece que no trae gozo, sino pena; mas después producirá en los que son labrados con ella fruto apacibilísimo de justicia. 12 Por tanto, volved a levantar vuestras manos lánguidas y caídas, y fortificad vuestras rodillas debilitadas; 13 marchad con paso firme por el recto camino, a fin de que alguno por andar claudicando en la fe no se aparte de ella, sino antes bien se corrija. 14 Procurad tener paz con todos, y la santidad de vida, sin la cual nadie puede ver a Dios,

15 atendiendo a que ninguno se aparte de la gracia de Dios, que ninguna raíz de amargura brotando fuera y extendiendo sus ramas sofoque la buena semilla, y por dicha raíz se contaminen muchos. 16 Ninguno sea fornicario, ni tampoco profano como Esaú, que por un potaje o plato de comida vendió su primogenitura.

17 Pues tened entendido que después, por más que pretendía ser heredero de la bendición, fue desechado; no pudiendo hacer que su padre cambiase la resolución, por más que con lágrimas lo solicitase.

18 Además de que vosotros no os habéis acercado al monte sensible o terrestre, y a fuego encendido, y torbellino, y negra nube, y tempestad,

19 y sonido de trompeta, y estruendo de una voz tan espantosa, que los que la oyeron, pidieron por merced que no se les hablase más, sino por medio de Moisés; 20 pues no podían sufrir la severidad de esto que se les intimaba: Si una bestia tocare al monte, ha de ser apedreada.

21 Y era tan espantoso lo que se veía, que dijo Moisés: Despavorido estoy y temblando. 22 Mas vosotros os habéis acercado al monte de Sión y a la ciudad de Dios vivo, la celestial Jerusalén , al coro de muchos millares de ángeles, 23 a la Iglesia de los primogénitos, que están alistados en los cielos, y a Dios juez de todos, y a los espíritus de los justos ya perfectos o bienaventurados, 24 y a Jesús mediador de la nueva alianza, y a la aspersión de aquella su sangre que habla mejor que la de Abel. 25 Mirad que no desechéis al que os habla. Porque si no escaparon del castigo aquellos que desobedecieron al siervo de Dios Moisés, que les hablaba sobre la tierra, mucho más castigados seremos nosotros si desecháremos al Hijo de Dios que nos habla desde los cielos, 26 cuya voz hizo entonces temblar la tierra; pero ahora promete más, diciendo: Una vez todavía os hablaré en público; y yo conmoveré no tan sólo la tierra, sino también el cielo.

27 Mas con decir: Una vez todavía, declara el cambio de las cosas movibles o instables como cosas hechas sólo para algún tiempo, a fin de que permanezcan aquellas que son inconmovibles. 28 Así, que ateniéndonos nosotros, hermanos míos, a aquel reino que no está sujeto a cambio alguno, conservemos la gracia, mediante la cual agradando a Dios, le sirvamos con temor y reverencia; 29 pues nuestro Dios es como un fuego devorador.

Pater
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Angelorum
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