ERO Jacob habitó en el país de Canaán, donde su padre había vivido como extranjero.
Y he aquí lo que pasó en su familia: José todavía muchacho, siendo de dieciséis años, apacentaba el ganado con sus hermanos; y estaba con los hijos de Bala y de Zelfa, mujeres de su padre; y acusó a sus hermanos ante el padre de un delito enorme.
Amaba Israel a José más que a todos sus hijos, por haberle engendrado en la vejez, y le hizo una túnica bordada de varios colores.
Al ver, pues, sus hermanos que el padre le amaba más que a todos sus hijos, le odiaban, y no podían hablarle sin agrura.
Tras esto sucedió que habiendo tenido un sueño, se lo contó a sus hermanos; lo que fue incentivo de mayor odio,
porque les dijo: Oíd lo que he soñado.
Parecíame que estábamos atando gavillas en el campo, y como que mi gavilla se alzaba, y se tenía derecha, y que vuestras gavillas, puestas alrededor adoraban la mía.
Respondieron sus hermanos: Pues qué, ¿has de ser tú nuestro rey?, ¿o hemos de estar sujetos nosotros a tu dominio? Así, pues, la materia de estos sueños y coloquios, fue fomento de la envidia y del odio.
Vio también otro sueño, que refirió a sus hermanos, diciendo: He visto entre sueños, cómo el sol y la luna, y once estrellas me adoraban.
Y habiéndolo contado a su padre y a sus hermanos, su padre le respondió, diciendo: ¿Qué quiere decir ese sueño que has visto?; ¿por ventura yo y tu madre y tus hermanos postrados por tierra te habremos de adorar?
De aquí que sus hermanos le miraban con envidia; mas el padre consideraba en silencio estas cosas.
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Y como sus hermanos estuviesen en el territorio de Siquem apacentando los rebaños de su padre,
le dijo Israel: Tus hermanos guardan las ovejas en los pastos de Siquem; ven, que quiero enviarte a ellos. Y respondiendo él:
Pronto estoy. Jacob le añadió: Anda, ve y averigua si tus hermanos lo pasan bien, y si están en buen estado los ganados, y tráeme razón de lo que pasa. Despachado, pues, del valle de Hebrón, llegó a Siquem.
Y habiéndole encontrado errante por los campos un hombre, le preguntó qué buscaba.
A lo que respondió José: Ando en busca de mis hermanos, muéstrame dónde pastan los ganados.
Le dijo aquél hombre: Se apartaron de este lugar, y les oí decir: Pasemos a Dotaín. Con esto se marchó José en busca de sus hermanos, y los halló en Dotaín.
Los cuales luego que le vieron a lo lejos, antes que se acercase a ellos, trataron de matarle.
Y se decían unos a otros: Aquí viene el soñador.
Ea, pues, matémosle, y echémosle en una cisterna vieja; diremos que una bestia feroz lo devoró; y entonces se verá qué le aprovechan sus sueños.
Oyendo esto Rubén, se esforzaba en librarle de sus manos, y decía:
No le quitéis la vida, ni derraméis su sangre, sino echadle en aquella cisterna seca que está en el desierto, y no manchéis vuestras manos; lo que decía con el fin de librarle de ellos y restituirle a su padre.
Apenas, pues, hubo llegado José a sus hermanos, le desnudaron de la túnica talar y de varios colores.
Y le metieron en una cisterna vieja que no tenía agua.
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Y sentados a comer, vieron venir de Galaad una caravana de ismaelitas, con sus camellos cargados de aromas y bálsamos, y mirra destilada, que iban con dirección a Egipto.
Entonces dijo Judá a sus hermanos: ¿Qué ganaremos con quitar la vida a nuestro hermano, y ocultar su muerte?
Mejor es venderle a los ismaelitas, y no manchar nuestras manos; porque al fin, hermano nuestro es, y de nuestra misma carne. Asintieron los hermanos a sus razones.
Y mientras pasaban unos negociantes madianitas, sacándole de la cisterna, le vendieron a aquellos ismaelitas, por veinte siclos de plata; quienes le condujeron a Egipto.
Vuelto Rubén a la cisterna, no halló al muchacho;
y rasgándose los vestidos, fue luego a sus hermanos, diciendo: El chico no aparece, ¿y a dónde iré yo ahora?
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Tomaron después ellos la túnica de José y la tiñeron en la sangre de un cabrito que habían matado;
enviándola a su padre, y haciéndole decir por los portadores: Esta túnica hemos hallado; mira si es o no la túnica de tu hijo.
El padre, habiéndola reconocido, dijo: La túnica de mi hijo es, una bestia feroz se le ha comido; una fiera ha devorado a José.
Y rasgándose los vestidos, se vistió de cilicio, llorando por mucho tiempo a su hijo.
Y juntándose todos los demás hijos para aliviar el dolor del padre, no quiso admitir consuelo ninguno, sino que decía: Descenderé deshecho en lágrimas a encontrar y unirme con mi hijo en el sepulcro. Y perseveró en el llanto.
Entretanto los madianitas vendieron a José en Egipto a Putifar, eunuco o valido del faraón, y capitán de sus guardias.
Pater
Filius
Spiritus Sanctus
Angelorum
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