E visto todavía otra miseria en este mundo, y que es harto común entre los mortales;
un hombre a quien Dios ha dado riquezas, y haciendas, y honores, sin que le falte cosa de cuantas desea su alma; mas Dios no le da facultad para disfrutar de ellas; sino que abandonándolo a la avaricia, otro hombre extraño lo ha de devorar todo; vanidad es ésta y miseria muy grande.
Supongamos que tenga un centenar de hijos, y viva muchos años hasta la más avanzada edad; pero que su alma no se sirva de los bienes que posee, y aun venga a carecer de sepultura; de este tal digo yo que es de peor condición que un aborto.
Puesto que éste en vano vino al mundo, y luego va a las tinieblas del sepulcro, y quedará su nombre sepultado en el olvido,
sin haber visto jamás el sol, ni conocido la diferencia del bien y del mal.
Mas el avaro, aunque haya vivido dos mil años, si no ha podido gozar de los bienes, ¿acaso no corren todas las cosas con él a un mismo paradero?
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Todo el afán del hombre es para saciar su boca o apetito; mas su alma, que es inmortal, no quedará con esto saciada.
¿Cuál es la ventaja del sabio respecto del insensato? ¿Cuál la del pobre, sino encaminarse allá donde se halla la verdadera vida?
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Mejor es el ver y gozar lo que deseas, que codiciar cosas que ignoras; pero también esto es vanidad y presunción de espíritu.
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El que aun ha de ser engendrado, ya es conocido de Dios por su propio nombre; y se sabe que siendo como será un hombre mortal, no podrá contender en juicio con Dios, que es más fuerte que él.
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Mucho se habla y discurre en las disputas, y en todas ellas se ve mucha vanidad.
¿Qué necesita el hombre andar inquiriendo cosas superiores a su capacidad, cuando ignora lo que le es conducente durante su vida, en el corto número de días de su peregrinación, y en el tiempo de ella, que pasa como sombra? ¿Ni quién podrá descubrirle lo que ha de suceder después de él debajo del sol?
Pater
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