NTRARON, pues, en casa de Raguel, el cual los recibió con alegría.
Así que Raguel puso sus ojos en Tobías, dijo a Ana, su mujer: ¡Cuán parecido es este joven a mi primo hermano Tobías!
Dicho esto, les preguntó: ¿De dónde sois, oh jóvenes hermanos nuestros? Somos, le respondieron, de la tribu de Neftalí, de los cautivos de Nínive.
Les dijo Raguel: ¿Conocéis a Tobías, mi primo hermano? Lo conocemos, respondieron ellos.
Y diciendo él muchas alabanzas de Tobías, el ángel dijo a Raguel: Ese Tobías de quien hablas es el padre de éste.
Entonces Raguel le echó los brazos, lo besó con lágrimas, y sollozando sobre su cuello,
dijo: Bendito seas tú, hijo mío, que eres hijo de un hombre de bien, de un hombre virtuosísimo.
Asimismo Ana, su mujer, y Sara, hija de ambos, prorrumpieron en llanto.
•
Después que hubieron conversado, mando Raguel matar un carnero y disponer un convite. E instándolos a sentarse a la mesa,
dijo Tobías: Yo no comeré ni beberé hoy aquí, si primero no me otorgas mi petición, prometiendo darme a Sara, tu hija.
Oída esta propuesta, se conturbó Raguel, sabiendo lo acaecido a los siete maridos que se habían casado con ella; y comenzó a temer que le pase a éste la misma desgracia. Estando, pues perplejo, y sin darle ninguna respuesta,
el ángel le dijo: No temas dársela; porque a éste que teme a Dios es a quien debe darse tu hija por mujer; que por eso ningún otro ha merecido tenerla.
Entonces dijo Raguel: No dudo que Dios ha acogido mis oraciones y lágrimas en su acatamiento;
y creo que por eso os ha traído a mi casa, a fin de que ésta reciba esposo de su parentela, según la ley de Moisés. Por tanto no dudes ya de que te la daré.
Y cogiendo la mano derecha de su hija, la juntó con la derecha de Tobías, diciendo: El Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob sea con vosotros, y él os junte, y cumpla en vosotros su bendición.
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En seguida tomando papel o un pergamino, hicieron la escritura matrimonial.
Y después celebraron el convite, bendiciendo a Dios.
Llamó, en fin, Raguel a Ana, su mujer, y le mandó que preparase otro aposento;
en el cual introdujo Ana a su hija Sara, que echó a llorar.
Mas Ana le dijo: Ten buen ánimo, hija mía; el Señor del cielo te llene de gozo después de tantos disgustos como has sufrido.
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