AY de mí! que he llegado a ser como aquel que en otoño anda rebuscando lo que ha quedado de la vendimia. No hallo un racimo para comer; en vano mi alma ha deseado los higos tempranos.
No hay ya un santo sobre la tierra; no se halla un justo entre los hombres; cada uno pone asechanzas a la vida del otro; cada cual anda a caza de sus hermanos para quitarles la vida.
Al mal que ellos hacen le dan el nombre de bien. El príncipe demanda contra el pobre, y el juez está siempre dispuesto a satisfacerlo. El poderoso manifiesta con descaro lo que codicia su alma, tienen la tierra llena de desorden.
El mejor de ellos es como cardo; el más justo es como espino de cercas. Llega el día de tus escudriñadores, y el día en que tú has de tomarles cuentas, ahora van a ser ellos destruidos.
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No confíes en el amigo; ni os fíes del que gobierna. No descubras los secretos de tu corazón a la que duerme contigo.
Pues el hijo ultraja al padre y se rebela contra su madre la hija, y contra su suegra la nuera; son enemigos del hombre los mismos de su casa o familia.
Mas yo volveré mis ojos hacia el Señor, pondré mi esperanza en Dios Salvador mío, y mi Dios me atenderá.
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No tienes que holgarte por mi ruina, ¡oh tú, enemiga mía!, que todavía yo volveré a levantarme; y cuando estuviere en las tinieblas del cautiverio, el Señor será mi luz y consolación.
Yo sufriré el castigo del Señor, pues pequé contra él, hasta tanto que él juzgue mi causa, y se declare en favor mío. El me volverá a la luz del día, y yo veré su justicia.
Y esto lo presenciará la enemiga mía, y quedará cubierta de confusión la que me dice: ¿En dónde está ahora el Señor Dios tuyo? Yo fijaré mis ojos sobre ella, hollada será ella ahora como el lodo de las calles.
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El día en que sean restauradas tus ruinas, en aquel día será alejada de ti la tiranía.
En aquel día vendrán a ti tus hijos desde la Asiria, y vendrán hasta las ciudades fuertes hasta el río Eufrates, y desde un mar hasta otro, y desde el uno hasta el otro monte.
Y aquella tierra de los caldeos será asolada, a causa de sus moradores y en pago de sus perversos pensamientos.
Apacienta, ¡oh Dios mío!, en medio del Carmelo con tu cayado al pueblo tuyo, la grey de tu heredad, la cual habita sola en el bosque. Algún día se apacentará ella en Basán y en Galaad, como en los tiempos antiguos.
Sí, dice el Señor. Yo te haré ver prodigios, como cuando saliste de la tierra de Egipto.
Lo verán las naciones, y quedarán confundidas con todo su poder, no osarán abrir la boca, y sus oídos quedarán sordos.
Lamerán el suelo como las serpientes, y como insectos de la tierra se aturdirán y me meterán dentro de sus casas, temerán al Señor Dios nuestro, y tendrán miedo de ti, ¡oh Israel!
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¿Quién es, oh Dios, semejante a ti que perdonas la maldad y olvidas el pecado de las reliquias de Israel herencia tuya? No dará ya el Señor libre curso a su indignación, porque él es amante de la misericordia.
Se volverá hacia nosotros, y nos tendrá compasión. Sepultará en el olvido nuestras maldades, y arrojará a lo más profundo del mar todos nuestros pecados.
Tú, ¡oh Dios mío!, te mostrarás veraz a Jacob y misericordioso a Abrahán; como lo juraste antiguamente a nuestros padres.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Referencia
Ilustración
Atlas