UEGO que todos los reyes de los amorreos que habitaban a la otra parte del Jordán hacia el Poniente, y todos los reyes de los cananeos que poseían los países vecinos al mar grande o Mediterráneo, oyeron que el Señor había secado las aguas del Jordán, al presentarse los hijos de Israel, hasta que hubieron pasado, desmayó su corazón, y no quedó aliento en ellos, temiendo la entrada de los hijos de Israel.
En este tiempo, pues, dijo el Señor a Josué: Hazte unos cuchillos de pedernal y restablece otra vez la circuncisión entre los hijos de Israel.
Hizo Josué lo que el Señor le había mandado, y circuncidó a los hijos de Israel en el collado llamado por eso de la Circuncisión.
He aquí, pues, la causa de la segunda circuncisión: todos los varones del pueblo salidos de Egipto, los hombres todos de guerra, murieron en el desierto, durante aquel larguísimo viaje de tantos rodeos.
Y todos ellos estaban circuncidados. Mas no lo estaban los que habían nacido en el desierto;
los cuales anduvieron cuarenta años por aquella vastísima soledad, disponiéndolo así Dios hasta que hubieron muerto todos los que no habían obedecido a la voz del Señor, a quienes juró de antemano que no les dejaría ver la tierra que mana leche y miel.
Los hijos de éstos sucedieron en el lugar y derechos de sus padres, y fueron circuncidados por Josué; pues estaban incircuncisos, así como habían nacido, no habiéndolos circuncidado ninguno durante el camino.
Después que todos fueron circuncidados, se mantuvieron acampados en el mismo sitio, hasta quedar curados.
Dijo entonces el Señor a Josué: Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto, y se llamó el nombre de aquel sitio Gálgala, hasta el presente día.
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Se detuvieron, pues, los lujos de Israel en Gálgala: y celebraron la Pascua el día catorce del mes, a la tarde, en la llanura de Jericó ;
y al otro día comieron panes ázimos hechos de trigo del país y harina del mismo año.
Y luego que ya comieron de los frutos de la tierra, faltó el maná; ni usaron más los hijos de Israel de tal manjar, sino que se alimentaron de los frutos que había producido aquel año la tierra de Canaán.
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Mientras Josué se hallaba en los alrededores de la ciudad de Jericó , alzó los ojos, y viendo delante de sí un varón que estaba en pie con la espada desenvainada, se encaminó a él y le dijo: ¿Eres tú de los nuestros, o de los enemigos?
El cual respondió: No soy lo que piensas: sino que soy el príncipe o caudillo del ejército del Señor, que acabo de llegar.
Se postró Josué en tierra, sobre su rostro y adorando a Dios, dijo: ¿Qué es lo que ordena mi Señor a su siervo?
Quítate, le dijo, el calzado de tus pies; pues el lugar que pisas es santo. Y lo hizo Josué como se lo había mandado.
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