NTRETANTO el hambre afligía cruelmente la tierra toda.
Y consumidos los víveres traídos de Egipto, Jacob dijo a sus hijos: Volved a comprar algunos víveres.
Respondió Judá: Aquel señor que manda allí, nos intimó con protesta de juramento diciendo: No veréis mi cara si no traéis con vosotros a vuestro hermano menor.
En este supuesto, si quieres enviarle con nosotros, marcharemos juntos y te traeremos lo necesario;
pero si no te determinas a enviarle, no iremos; porque el señor aquel, como tantas veces hemos dicho, nos declaró con palabras formales que no esperásemos ver su cara sin llevar nuestro hermano más mozo.
Les dijo Israel: Para desdicha mía le hicisteis saber que todavía teníais otro hermano.
Mas ellos respondieron: Nos examinó aquel señor punto por punto acerca de nuestra familia, si el padre vivía, si teníamos otro hermano; y nosotros le respondimos consiguientemente según el interrogatorio que nos hizo. ¿De dónde podíamos saber que nos hubiese de decir: Traedme con vosotros a vuestro hermano?
Judá dijo también a su padre. Envía conmigo el chico, para que podamos ponernos luego en camino, y conservar la vida y no perezcamos nosotros y nuestros niños.
Yo respondo del muchacho; pídeme a mí cuenta de él; si no te lo volviere a traer y pusiere en tus manos, consiento en que jamás me perdones ese pecado.
Si no fuera por esta demora, estaríamos ya otra vez de vuelta.
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Al fin Israel su padre les dijo: Si así es preciso, haced lo que quisiereis. Tomad en vuestras vasijas de los frutos más exquisitos de esta tierra, para ofrecer presentes a aquel señor: un poco de resina o bálsamo, y de miel, y de estoraque, y de lágrimas de mirra y de terebinto y almendras.
Llevad también doblada cantidad de dinero, y volved aquel otro que hallasteis en los sacos; no sea que haya sucedido eso por equivocación.
En fin, llevaos a vuestro hermano, e id a aquel señor.
Ojalá el Dios mío todopoderoso os le depare propicio, y deje volver con vosotros a vuestro hermano que tiene allí preso, y a este mi Benjamín. Y entretanto yo quedaré como huérfano sin hijos.
Tomaron, pues, éstos los regalos y doble dinero, y a Benjamín, y bajaron a Egipto, y se presentaron a José.
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El cual luego que los vio, y a Benjamín con ellos, dio esta orden a su mayordomo: Mete esos hombres en mi casa, y degüella víctimas, y dispón un convite, porque a mediodía han de comer conmigo.
El mayordomo ejecutó lo que se le había mandado, y los hizo entrar en casa.
Ellos con eso atemorizados, se decían uno al otro: Por el dinero que nos hallamos la otra vez en nuestros costales, nos meten aquí, con el fin de hacer caer más sobre nosotros la calumnia, y sujetarnos a la esclavitud, y apoderarse de nuestros jumentos.
Por lo cual, en la misma puerta, llegándose al mayordomo de la casa,
le dijeron: Te suplicamos, señor, que nos escuches. Ya otra vez hemos venido a comprar granos,
y después de comprados, así que llegamos al mesón, abrimos nuestros costales y encontramos el dinero en la boca de los sacos, el cual devolvemos ahora del mismo peso o valor.
Además de éste traemos otro para comprar lo que necesitamos; no hemos podido saber quién le metió en nuestras bolsas.
A lo que respondió el mayordomo: Estad tranquilos; no tenéis que temer; vuestro Dios, y el Dios de vuestro padre, os ha puesto esos tesoros en vuestros sacos; pues el dinero que me disteis, lo tengo ya abonado, y me doy por satisfecho. Dicho esto, les presentó libre a Simeón.
Y después de introducidos en casa, les trajo agua con que lavaron sus pies, y dispuso que se diese pienso a los jumentos.
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Ellos, por su parte, disponían los presentes para cuando entrase José al mediodía; porque habían oído que tenían que comer allí.
Entró, pues, José en su casa, y le ofrecieron los presentes, teniéndolos en sus manos, y le adoraron postrados en tierra.
Pero él, resaludándolos con afabilidad, les preguntó: ¿Goza de salud vuestro anciano padre, de quien me hablasteis? ¿Vive todavía?
A lo que respondieron: Salud goza vuestro siervo, nuestro padre; aún vive. Y otra vez inclinados le adoraron.
En esto, alzando José los ojos, vio a Benjamín, su hermano uterino, y dijo: ¿Es ése vuestro hermano el pequeño, de quien me hablasteis? E inmediatamente añadió: Dios te dé su gracia, hijo mío y te bendiga.
Y se retiró a toda prisa, porque se le conmovieron las entrañas a causa de su hermano, y se le saltaban las lágrimas; y entrando en su gabinete, prorrumpió en llanto.
Y saliendo fuera otra vez, después de haberse lavado la cara, se reprimió y dijo a sus criados: Traednos de comer.
Puestas, pues, separadamente las mesas, una para José, otra para sus hermanos, y la tercera para los egipcios también convidados, (pues no es lícito a los egipcios comer con los hebreos, y tienen por profano semejante banquete)
se sentaron en presencia de José, primero el primogénito según su mayoría, y últimamente el más pequeño según su edad. Y estaban en extremo maravillados,
al ver que de las porciones que habían recibido de él, cupo la mayor a Benjamín, por manera que era cinco veces mayor que la de los oros. Y bebieron, y se alegraron en su compañía.
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