me habló el Señor, diciendo:
Hijo de hombre, vuelve tu rostro hacia Jerusalén , y habla contra los santuarios, o el templo, y profetiza contra la tierra de Israel.
Y dirás a la tierra de Israel: Esto dice el Señor Dios: Mira que yo vengo contra ti, y desenvainaré mi espada, y mataré en ti al justo y al impío.
Y por cuanto he de matar en ti al justo y al impío, por eso saldrá mi espada de su vaina contra todo hombre, desde el mediodía hasta el septentrión,
a fin de que sepan todos que yo el Señor he desenvainado mi irresistible espada.
Pero tú, oh hijo de hombre, gime como quien tiene quebrantados sus lomos, y gime en la amargura de tu corazón, a vista de éstos.
Y cuando te preguntaren: ¿Por qué gimes?, responderás: Por la nueva que corre; porque viene el enemigo, y desmayarán todos los corazones, y desfallecerán todos los brazos, y decaerán los ánimos de todos, y todas las rodillas darán una contra otra de puro miedo. He aquí que llega tu ruina, y se efectuará, dice el Señor Dios.
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Y me habló el Señor diciendo:
Profetiza, ¡oh hijo de hombre!, y di: Esto dice el Señor Dios: La espada, la espada está aguzada y bruñida.
Está aguzada para degollar las víctimas, y bruñida a fin de que reluzca: ¡Oh espada!, tú que abates el cetro de mi hijo, tú cortarás cualquier otro árbol.
Yo la di a afilar para tenerla a la mano; aguzada ha sido esta espada, acicalada ha sido ella para que la empuñe el matador.
Grita y aúlla, ¡oh hijo de hombre!, porque esta espada se ha empleado contra el pueblo mío, contra todos los caudillos de Israel que habían huido: Entregados han sido al filo de la espada, junto a mi pueblo; date, pues, con tu mano golpes en el muslo.
Porque espada es ésta probada ya; y se verá cuando haya destruido el cetro de Judá, el cual no existirá más, dice el Señor Dios.
Tú, pues, ¡oh hijo de hombre!, vaticina, y bate una mano con otra, y redóblese y triplíquese el furor de la espada homicida; ésta es la espada de la gran mortandad, que hará quedar atónitos a todos,
y desmayar de ánimo, y multiplicará los estragos. A todas sus puertas he llevado yo el terror de la espada aguda y bruñida, a fin de que brille, y esté pronta para dar la muerte.
Agúzate, ¡oh espada!, ve a la diestra o a la siniestra, ve a donde gustes.
Lo aplaudiré yo también con palmadas, y se saciará mi indignación. Yo el Señor soy el que he hablado.
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Me habló de nuevo el Señor diciendo:
Y tú, hijo de hombre, diséñate dos caminos, por los cuales pueda venir la espada del rey de Babilonia; ambos saldrán de un mismo punto; y al principio del doble camino el rey con su misma mano sacará por suerte una ciudad.
Señalarás, pues, un camino por el cual la espada vaya a Rabbat, capital de los amonitas, y otro por el cual vaya a Judá, a la fortificadísima Jerusalén .
Porque el rey de Babilonia se parará en la encrucijada, al principio de los dos caminos, buscando adivinar por medio de la mezcla de las saetas; y además preguntará a los ídolos y consultará las entrañas de los animales.
La adivinación le conducirá a la derecha contra Jerusalén , a fin de que vaya a batirla con rampas, para que dé a conocer la muerte, para que alce la voz con aullidos, para que dirija las rampas contra las puertas, y forme terraplenes, y construya fortines.
Y parecerá a la vista de ellos como si aquel rey hubiese en vano consultado el oráculo; y como si celebrase el descanso del sábado. El tendrá presente la perfidia de los judíos, y tomará la ciudad.
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Por tanto esto dice el Señor Dios: Porque habéis hecho alarde de vuestra perfidia, y habéis hecho públicas vuestras prevaricaciones, y en todos vuestros designios habéis hecho patentes vuestros pecados, ya que, repito, os habéis jactado de eso, seréis cautivados.
Mas tú, ¡oh profano e impío caudillo de Israel!, para quien ha llegado el día señalado del castigo de tu iniquidad,
esto dice el Señor Dios: Depón la diadema, quítate la coron,: ¿no es esa corona la que a su arbitrio ensalzó al hombre vil, y abatió al varón grande?
Yo haré manifiesta la iniquidad, su iniquidad, la iniquidad de él; mas esto no sucederá hasta cuando venga aquel de quien es el juicio o reino; y a él daré yo esa corona.
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Y tú, ¡oh hijo de hombre!, profetiza y di: Esto dice el Señor Dios acerca de los hijos de Amón, y de sus insultos contra Israel; y dirás tú: ¡Espada, espada!, sal de la vaina para degollar; afílate para dar la muerte y relumbrar,
(en la ocasión en que tus adivinos, ¡oh Amón!, te anuncian cosas vanas y mentirosas adivinaciones) a fin de que estés pronta, y descargues tus golpes sobre los cuellos de los impíos amonitas, a quienes llegó el plazo señalado para el castigo de su maldad.
Y después vuélvete a tu vaina. En el lugar donde fuiste formada, en la Caldea, tierra de tu nacimiento , allí te juzgaré,
y derramaré sobre ti la indignación mía; soplaré contra ti en la fragua de mi encendido furor, y te entregaré en manos de hombres insensatos y fraguadores de desastres.
Servirás, ¡oh caldeo!, de cebo al fuego; despreciada se verá por el suelo la sangre tuya, y serás entregado a perpetuo olvido; porque yo el Señor he hablado.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas