L año duodécimo del reinado de Acaz, rey de Judá, comenzó a reinar pacíficamente sobre Israel en Samaria Osee, hijo de Ela, y reinó nueve años.
E hizo el mal delante del Señor; aunque no tanto como los reyes de Israel sus predecesores.
Contra éste vino Salmanasar, rey de los asirios, y Osee le pagaba tributo.
Mas como descubriese el rey de los asirios que Osee había enviado embajadores a Sua, rey de Egipto, con intención de rebelarse contra el rey de los asirios y no pagarle el acostumbrado anual tributo, habiéndole cogido prisionero, lo encerró en una cárcel.
Porque Salmanasar comenzó haciendo correrías por todo el país, y al fin acercándose a Samaria la tuvo sitiada tres años;
hasta que el año noveno del reinado de Osee fue tomada Samaria por el rey de los asirios, y trasladados a Asiria los israelitas, los cuales colocó en Hala y en Habor, ciudades de la Media junto al río Gozán.
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La causa fue que los hijos de Israel habían pecado, adorando dioses ajenos, contra el Señor Dios suyo que los había sacado de la tierra de Egipto del poder del faraón, rey de Egipto;
y siguiendo los ritos o prácticas de las naciones que el Señor había destruido delante de los hijos de Israel, y los ritos o costumbres de los reyes de Israel que habían hecho lo mismo.
Habían, pues, los hijos de Israel ofendido al Señor Dios suyo con su mal proceder; y habían erigido altares en los lugares altos en todas sus ciudades, desde las torres de guardas hasta las plazas fuertes o grandes ciudades.
Y habían plantado bosques o arboledas, y levantado estatuas en todo collado alto, y debajo de todo árbol frondoso,
quemando allí incienso sobre los altares, a imitación de las naciones que había dispersado el Señor así que entraron en aquella tierra; y habían cometido acciones muy criminales provocando la ira del Señor.
Adoraron las inmundicias o ídolos contra el precepto con que se lo había prohibido el Señor.
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Sobre lo cual no cesó el Señor de amonestarlos, así en Israel como en Judá, por medio de todos los profetas y videntes diciendo: Convertíos de vuestras pésimas costumbres, observad mis preceptos y ceremonias, conforme a todas las leyes que promulgué a vuestros padres, y como os lo he enviado a decir por medio de mis siervos, los profetas.
Mas ellos no dieron oídos; antes endurecieron su cerviz, o se obstinaron, imitando la dureza de sus padres, los cuales no quisieron obedecer al Señor Dios suyo.
Y desecharon sus leyes y el pacto que había concertado con sus padres, despreciando las amonestaciones con que los reconvino; y siguiendo las vanidades o ídolos se infatuaron, e imitaron a las naciones circunvecinas, sobre las cuales les había prevenido el Señor que no hicieran lo que ellas hacían.
Y abandonaron todos los preceptos del Señor Dios suyo, y se formaron dos becerros de fundición, y bosques y adoraron a toda la mili-cia o constelaciones del cielo; y dieron culto a Baal;
y consagraron a sus hijos e hijas por medio del fuego; y se ocuparon en adivinaciones y agüeros; en suma, se abandonaron a toda maldad delante del Señor, provocando su ira.
Por tanto el Señor se indignó altamente contra Israel, y lo arrojó de delante de sí, y no quedó sino la sola tribu de Judá.
Mas ni aun la misma tribu de Judá observó los mandamientos del Señor Dios suyo; antes bien imitó los extravíos o errores en que había incurrido Israel.
Y así el Señor desechó a todo el linaje de Israel, y lo castigó y lo entregó en manos de sus opresores, hasta que lo arrojó enteramente de su presencia.
Enojado ya desde aquel tiempo en que Israel, separándose de la casa de David, eligió por rey suyo a Jeroboam, hijo de Nabat; pues Jeroboam apartó del Señor a Israel, y le hizo cometer el pecado grande de idolatría.
Imitaron los hijos de Israel todas las maldades de Jeroboam, y jamás se apartaron de ellas.
Hasta tanto que el Señor arrojó de su presencia a Israel, como lo tenía predicho por medio de todos los profetas, sus siervos. Y fue Israel transportado de su tierra a la Asiria, en donde se halla hasta hoy día.
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Y en lugar de los hijos de Israel hizo venir el rey de los asirios gentes de Babilonia, y de Cuta, y de Ava, de Emat, y de Sefarvaím, y las puso en las ciudades de Samaria; y estas gentes poseyeron la Samaria, y habitaron en sus ciudades.
Mas cuando comenzaron a morar en ellas, no temían al Señor ni le adoraban; por lo que el Señor envió contra dichas gentes leones que las iban despedazando.
Dieron aviso de esto al rey de los asirios y le dijeron: Las gentes que tú has transportado para poblar las ciudades de Samaria, ignoran el culto del Dios de aquel país, y el Señor ha enviado contra ellas leones que las van despedazando, por cuanto no saben ellas el culto del Dios de aquella tierra.
En consecuencia el rey de los asirios dio orden diciendo: Llevad allá uno de los sacerdotes que se han traído de allí cautivos, y vaya a habitar con ellas, y enséñeles el culto del Dios de aquel país.
Habiendo, pues, ido uno de los sacerdotes que habían sido traídos cautivos de Samaria, habitó en Betel, y les enseñaba la manera de honrar al Señor.
Con todo eso, cada uno de dichos pueblos se fabricó su dios, que colocaron en los adoratorios de las alturas, que habían erigido los de Samaria; cada nación puso el dios suyo en las poblaciones donde habitaba.
Porque los babilonios pusieron a su dios Socotbenot, y los cuteos a Nergel, y los de Emat a Asima.
Los heveos pusieron a Nebahaz y a Tartac. Mas los que eran de Sefarvaím quemaban sus hijos en honor de Adramelec y de Anamelec, dioses de Sefarvaím;
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y no obstante todos estos pueblos adoraban al Señor. Crearon del bajo pueblo sacerdotes para los lugares altos, y los colocaban en los adoratorios de las alturas.
Y adorando al Señor, servían también a sus dioses, según el rito de las naciones de donde habían sido transportados a Samaria.
Hasta el día presente perseveran en la costumbre antigua; no temen al Señor, ni observan sus ceremonias, ni los ritos, leyes, ni mandamientos comunicados por el Señor a los hijos de Jacob , a quien puso el sobrenombre de Israel,
con quienes había firmado el pacto, y a quienes había dado este precepto, diciendo: No temáis, ni reverenciéis a dioses ajenos; no los adoréis ni les déis culto ninguno, ni les ofrezcáis sacrificios,
sino al Señor Dios vuestro que os sacó de la tierra de Egipto con gran fortaleza y con el poder de su brazo; a ése habéis de temer, a ése adorar, y a ése ofrecer sacrificios.
Observad asimismo y cumplid constantemente las ceremonias y los ritos, y leyes, y mandamientos que os dio por escrito, y no temáis a los dioses extranjeros.
Y no echéis en olvido el pacto que hizo con vosotros, ni tributéis culto a dioses aje-nos;
sino temed al Señor Dios vuestro, y él os librará de las manos de todos vuestros enemigos.
Mas ellos no hicieron caso de eso, sino que procedieron según su antigua costumbre.
Recibieron, pues, dichas gentes el culto del Señor; pero continuaron como antes en servir a sus ídolos; y lo que hicieron sus padres, eso mismo hacen hasta hoy día sus hijos y nietos.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas