NTRETANTO se suscitó murmullo en el pueblo, como quejándose contra el Señor por el cansancio. Lo que habiendo oído el Señor se enojó; y encendido contra ellos fuego del Señor, devoró a los que estaban en la extremidad del campamento.
Habiendo entonces clamado el pueblo a Moisés, éste oró al Señor, y quedó el fuego extinguido o absorbido por la tierra.
Por lo que llamó el nombre de aquel lugar incendio: por haberse encendido contra ellos el fuego del Señor.
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Porque sucedió que la gente allegadiza que había venido con ellos de Egipto, tuvo un ardiente deseo de comer carne, y poniéndose a llorar, uniéndosele también los hijos de Israel, dijeron: ¡Oh! ¡Quién nos diera carnes para comer!
Acordándonos estamos de aquellos pescados que de balde comíamos en Egipto; se nos vienen a la memoria los cohombros, y los melones, y los puerros, y las cebollas y los ajos.
Seca está ya nuestra alma; nada ven nuestros ojos, sino maná.
Era el maná semejante a la grana del cilantro, del color del bedelio o rubicundo,
y el pueblo iba alrededor del campamento, y recogiéndole le reducía a harina en molino, y le machacaba en un mortero, cociéndole en ollas, y haciendo de él unas tortitas de un sabor como de pan amasado con aceite.
Y cuando por la noche caía el rocío en el campo, caía también al mismo tiempo el maná.
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Oyó, pues, Moisés que el pueblo estaba llorando, cada cual con su familia a la puerta de su pabellón. Y se encendió en gran manera la indignación del Señor; y aun al mismo Moisés le pareció la cosa intolerable.
Por lo que dijo al Señor: ¿Por qué has afligido a tu siervo? ¿Cómo es que no hallo yo gracia delante de tus ojos? ¿Y por qué motivo me has echado a cuestas el peso de todo este pueblo;
¿Por ventura he concebido yo toda esta turba, o engendrádola, para que tú me digas: Llévalos a tu seno, como suele una ama traer al niño que cría, y condúcelos a la tierra prometida, con juramento a sus padres?
¿De dónde tengo yo de sacar carnes para dar de comer a tanta gente? Pues lloran y murmuran contra mí, diciendo: Danos carnes para comer.
No puedo yo solo soportar a todo este pueblo; porque me pesa demasiado.
Que si no lo llevas a mal, te suplico que me quites la vida, y halle yo gracia en tus ojos para no sufrir tantos males.
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Dijo el Señor a Moisés: Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel, los que tú conoces que son autorizados y maestros del pueblo, y los conducirás a la puerta del Tabernáculo de la alianza, y harás que estén allí contigo;
y descenderé yo, y te hablaré, y yo tomaré de tu espíritu, y lo comunicaré a ellos para que sostengan contigo la carga del pueblo, y no te sea demasiado grave llevándola solo.
Dirás también al pueblo: Purificaos; mañana comeréis carnes, ya que os he oído decir: ¿Quién nos dará carnes para comer?, mejor nos iba en Egipto. Sí, el Señor os dará carnes para que comáis
no un día, ni dos, ni cinco, ni diez, ni veinte;
sino por todo un mes entero, hasta que os salgan por las narices y os cause náusea; puesto que habéis desechado al Señor que habita en medio de vosotros, y llorado en su presencia, diciendo: ¿A qué propósito salimos de Egipto?
Pero Moisés respondió: Hay en este pueblo seiscientos mil hombres de a pie; y tú dices: Yo les daré de comer carnes, un mes entero.
¿Por ventura se ha de matar tan gran muchedumbre de ovejas y de bueyes que les basten para comer?; ¿o se habrán de juntar a una todos los peces del mar, a trueque de hartarlos?
Le replicó el Señor: Pues que, ¿acaso flaquea la mano del Señor? Bien presto verás si tiene efecto mi palabra.
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Vino, pues, Moisés, y reunidos los setenta varones de los ancianos de Israel a los cuales colocó junto al Tabernáculo, refirió al pueblo las palabras del Señor.
Y descendió el Señor en la nube, y habló a Moisés, y tomando del espíritu que en él había, se lo infundió a los setenta varones. Y luego que posó en ellos el espíritu, comenzaron a profetizar, y continuaron siempre así en adelante.
Dos de los ancianos se habían quedado en el campamento, de los cuales uno se llamaba Eldad y otro Medad, y también posó sobre ellos el espíritu; porque también estaban en la lista, aunque no habían ido al Tabernáculo.
Y como profetizasen en el campamento, vino corriendo un muchacho a dar aviso a Moisés, diciendo: Eldad y Me-dad están profetizando en el campamento.
Al punto Josué, hijo de Nun, ministro de Moisés, escogido entre muchos, dijo: Señor mío Moisés, no les permitas tal cosa.
Pero él le respondió: ¿A qué fin tienes celos por amor de mí? ¡Ah! ¡Quién me diera que todo el pueblo profetizase y que el Señor concediese a todos su espíritu!
Y se volvió Moisés al campamento, con todos los ancianos de Israel.
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Después de esto un viento excitado por el Señor, arrebatando del otro lado del mar codornices, las transportó y arrojó sobre el campamento, alrededor de él, por espacio de una jornada de camino, y volaban en el aire a dos codos de altura sobre la tierra.
Con lo que acudiendo el pueblo todo aquel día, y aquella noche y al día siguiente, juntó, el que menos, diez coros de codornices; y las pusieron a secar alrededor de los campamentos.
Todavía tenían las carnes entre los dientes y no se había aún acabado semejante vianda, cuando de repente irritado el furor del Señor contra el pueblo, le castigó con una plaga sobremanera grande.
Por cuyo motivo fue nombrado aquel lugar sepulcros de concupiscencia; porque allí quedó sepultada la gente que tuvo aquel antojo.
Partidos, en fin, de los sepulcros de concupiscencia, vinieron a Haserot, donde acamparon.
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