Y me dijo el Señor: Hijo de hombre, come cuanto hallares; come ese volumen, y ve a hablar a los hijos de Israel.

2 Entonces abrí mi boca, y me dio a comer aquel volumen, 3 Y me dijo: Hijo de hombre, con este volumen que yo te doy tu vientre se alimentará, y se llenarán tus entrañas. Lo comí, pues, y mi paladar lo halló dulce como la miel.

4 Y me dijo él: Hijo de hombre, anda y anuncia a la familia de Israel mis palabras, 5 porque no eres enviado tú a un pueblo de extraño lenguaje y de idioma desconocido, sino a la casa de Israel; 6 ni a varias naciones, cuyo hablar te sea desconocido y extraña su lengua, cuyas palabras no puedas entender; que si a éstos fueses tú enviado, ellos te escucharían. 7 Mas los de la casa de Israel no quieren escucharte, porque ni a mí mismo quieren oírme, pues la casa toda de Israel es de frente descarada y de corazón endurecido. 8 He aquí que yo te daré a ti un rostro más firme que el rostro de ellos y una frente más dura que la frente suya. 9 Te daré un rostro tan firme como el diamante y el pedernal. No tienes que temer, ni turbarte delante de ellos; porque ella es una familia contumaz.

10 Y me dijo: Hijo de hombre, recibe en tu corazón, y escucha bien todas las palabras que yo te hablo; 11 y anda, preséntate a los hijos de tu pueblo, que fueron traídos al cautiverio, y les hablarás de esta manera: He aquí lo que dice el Señor Dios; por si atienden y cesan de pecar. 12 Y me arrebató el espíritu, y oí detrás de mí una voz muy estrepitosa, que decía: Bendita sea la gloria del Señor que se va de su lugar. 13 Y oí el ruido de las alas de los animales, y de las cuales la una batía con la otra, y el ruido de las ruedas que seguían a los animales y el ruido de un gran estruendo. 14 Y me reanimó el espíritu, y me tomó, e iba yo lleno de amargura e indignación de ánimo; pero estaba conmigo la mano del Señor que me confortaba. 15 Llegué, pues, a los cautivos transportados al lugar llamado Montón de las nuevas mieses, donde estaban aquellos que habitaban junto al río Cobar; y me detuve donde estaban ellos, y allí permanecí melancólico siete días en medio de ellos.

16 Y al cabo de los siete días, me habló el Señor, diciendo: 17 Hijo de hombre, yo te he puesto por centinela en la casa de Israel, y de mi boca oirás mis palabras y se las anunciarás a ellos de mi parte.

18 Si diciendo yo al impío: Morirás sin remedio; tú no se lo comunicas, ni le hablas, a fin de que se retraiga de su impío proceder y viva, aquel impío morirá en su pecado; pero yo te pediré a ti cuenta de su sangre o perdición. 19 Pero si tú has reprendido al impío, y él no se ha convertido de su impiedad, ni de su impío proceder, él ciertamente morirá en su maldad; mas tú has salvado tu alma. 20 De la misma manera, si el justo abandonare la virtud, e hiciere obras malas, yo le pondré delante tropiezos; él morirá, porque tú no le has amonestado, morirá en su pecado, y no se hará cuenta ninguna de las obras justas que hizo, pero yo te pediré a ti cuenta de su sangre. 21 Mas si hubieres reprendido al justo a fin de que no peque, y él no pecare, en verdad que tendrá él verdadera vida, porque lo reprendiste; y tú has librado tu alma.

22 Y se hizo sentir sobre mí la mano o virtud del Señor; y me dijo: Levántate y sal al campo, y allí hablaré contigo. 23 Y poniéndome en camino, salí al campo; y he aquí que la gloria del Señor que estaba allí era el modo de aquella que vi junto al río Cobar; y me postré sobre mi rostro.

24 Y entró en mí el Espíritu, y me puso sobre mis pies, y me habló, y me dijo: Ve, y enciérrate dentro de tu casa. 25 Y tú, ¡oh hijo de hombre!, mira que han dispuesto para ti ataduras, y te atarán; y tú no podrás salir de en medio de ellos. 26 Y yo haré que tu lengua se pegue a tu paladar, de suerte que estés mudo y no seas ya un hombre que reprende, porque ella es una familia contumaz. 27 Mas cuando yo te haya hablado, abriré tu boca, y tú les dirás a ellos: Esto dice el Señor Dios: El que oye, oiga; y quien duerme, duerma: porque es ésta una familia contumaz.
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Son
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