ABÍA antes el Señor dicho a Moisés: Todavía heriré al faraón y a Egipto, con una plaga, y después os despedirá y os obligará a que salgáis.
Dirás, pues, a todo el pueblo que cada uno pida a su amigo, y cada mujer a su vecina, alhajas de plata y oro.
Y el Señor hará que su pueblo encuentre buena disposición en los egipcios. Y también la persona de Moisés gozaba de grandísimo concepto en todo el país de Egipto, así entre los criados o grandes del faraón, como en todo el pueblo.
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Moisés le dijo también al faraón: Esto dice el Señor: A la medianoche saldré a recorrer Egipto;
y morirán todos los primogénitos en la tierra de los egipcios, desde el primogénito de la esclava que hace rodar la muela en el molino, y todos los primogénitos de las bestias.
Y se oirá un clamor grande en todo Egipto, cual nunca hubo, ni habrá jamás.
Pero entre todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, no chistará siquiera un perro; para que conozcáis cuán milagrosa distinción hace el Señor entre egipcios e israelitas.
Y todos esos servidores tuyos vendrán a mí, y postrados en mi presencia me suplicarán, diciendo: Sal tú, y todo tu pueblo que está a tus órdenes. Y después de esto saldremos.
E irritado Moisés en extremo, se apartó del faraón. Entonces dijo el Señor a Moisés: Ni aún ahora ha de escucharos el faraón, a fin de que se multipliquen los prodigios en la tierra de Egipto.
Todos estos portentos, que quedan escritos en este libro, obraron Moisés y Aarón delante del faraón. Mas el Señor endureció el corazón del faraón, quien no dejó salir de su tierra a los hijos de Israel.
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