N esta sazón, ciertos escribas y fariseos que habían llegado de Jerusalén , le dijeron:
¿Por qué motivo tus discípulos traspasan la tradición de los antiguos, no lavándose las manos cuando comen?
Y él les respondió: ¿Y por qué vosotros mismos traspasáis el mandamiento de Dios por seguir vuestra tradición? Pues Dios tiene dicho:
Honra al padre y a la madre; y también: Quien maldijere a padre o a madre, sea condenado a muerte;
mas vosotros decís: Cualquiera que dijere al padre o a la madre: la ofrenda que yo por mi parte ofreciere redundará en bien tuyo,
ya no tiene obligación de honrar o asistir, a su padre o a su madre; con lo que habéis echado por tierra el mandamiento de Dios por vuestra tradición.
¡Hipócritas!, con razón profetizó de vosotros Isaías, diciendo:
Este pueblo me honra con los labios; pero su corazón lejos está de mí.
En vano me honran enseñando doctrinas y mandamientos de hombres.
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Y habiendo llamado a sí al pueblo, les dijo: Escuchadme, y atended bien a esto:
No lo que entra por la boca es lo que mancha al hombre, sino lo que sale de la boca; eso es lo que le mancha.
Entonces, arrimándose más sus discípulos, le dijeron: ¿No sabes que los fariseos se han escandalizado de esto que acaban de oír?
Mas Jesús respondió: Toda planta que mi Padre celestial no ha plantado, arrancada será de raíz.
Dejadlos; ellos son unos ciegos que guían a otros ciegos; y si un ciego se mete a guiar a otro ciego, ambos caen en el hoyo.
Aquí Pedro, tomando la palabra le dijo: Explícanos esa parábola.
A lo que Jesús respondió: ¿Cómo? ¿También vosotros estáis aún con tan poco conocimiento?
¿Pues no conocéis que todo cuanto entra en la boca pasa de allí al vientre y se echa en lugares secretos?
Mas lo que sale de la boca, del corazón sale, y eso es lo que mancha al hombre.
Porque del corazón es de donde salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias.
Estas cosas sí que manchan al hombre; mas el comer sin lavarse las manos, eso no le mancha.
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Partido de aquí Jesús , se retiró hacia el país de Tiro y de Sidón.
Cuando he aquí que una mujer cananea, venida de aquel territorio, empezó a dar voces diciendo: Señor, Hijo de David, ten lástima de mí; mi hija es cruelmente atormentada del demonio.
Jesús no le respondió palabra; y sus discípulos, acercándose, intercedían diciéndole: Concédele lo que pide, a fin de que se vaya porque viene gritando tras nosotros.
A lo que Jesús respondiendo dijo: Yo no soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
No obstante, ella se acercó y le adoró diciendo: Señor, socórreme.
El cual le dio por respuesta: No es justo tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros.
Mas ella le dijo: Es verdad, Señor; pero los perritos comen al menos las migajas que caen de la mesa de sus amos.
Entonces Jesús respondiendo le dijo: ¡Oh mujer!, grande es tu fe; hágase conforme tú lo deseas. Y en la hora misma su hija quedó curada.
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De allí pasó Jesús a la ribera del mar de Galilea; y subiendo a un monte, se sentó en él.
Y se acercaron a él muchas gentes, trayendo consigo mudos, ciegos, cojos, inválidos y otros muchos dolientes, y los pusieron a sus pies, y los curó.
De manera que las gentes estaban asombradas viendo hablar a los mudos, andar a los cojos y ver a los ciegos; y glorificaban al Dios de Israel.
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Mas Jesús , convocados sus discípulos, dijo: Me causan compasión estos pueblos, porque tres días hace ya que perseveran en mi compañía y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan el camino.
Pero sus discípulos le respondieron: ¿Cómo podremos hallar en este lugar desierto bastantes panes para saciar a tanta gente?
Jesús les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Respondieron: Siete, con algunos pececillos.
Entonces mandó a la gente que se sentase en tierra.
Y él, cogiendo los siete panes y los peces , dadas las gracias, o hecha oración, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos los repartieron al pueblo.
Y comieron todos, y quedaron satisfechos; y de los pedazos que sobraron llenaron siete cestas.
Los que comieron eran cuatro mil hombres, sin contar los niños y mujeres.
Con eso, despidiéndose de ellos, entró en la barca y pasó al territorio de Magedán.
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Son
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