LGÚN tiempo después habiendo convocado a los doce apóstoles, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y virtud de curar enfermedades.
Y los envió a predicar el reino de Dios, y a dar la salud a los enfermos.
Y les dijo: No llevéis nada para el viaje, ni palo, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni mudas de ropa.
En cualquier casa que entrareis permaneced allí, y no la dejéis hasta la partida.
Y donde nadie os recibiere, al salir de la ciudad, sacudid aun el polvo de vuestros pies, en testimonio contra sus moradores.
Habiendo, pues, partido, iban de lugar en lugar, anunciando la buena nueva del reino de Dios, y curando enfermos por todas partes.
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Entretanto oyó Herodes el tetrarca todo lo que hacía Jesús , y no sabía a qué atenerse,
porque unos decían: Sin duda que Juan ha resucitado; algunos: No, sino que ha aparecido Elías; otros, en fin, que uno de los profetas antiguos había resucitado.
Y decía Herodes : A Juan yo le corté la cabeza: ¿Quién será, pues, éste de quien tales cosas oigo? Y buscaba cómo verle.
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Los apóstoles a la vuelta contaron a Jesús todo cuanto habían hecho, y el tomándolos consigo aparte se retiró a un lugar desierto, del territorio de Betsaida.
Lo que sabido por los pueblos se fueron tras él; y los recibió Jesús con amor, y les hablaba del reino de Dios, y daba salud a los que carecían de ella.
Empezaba a caer el día. Por lo que acercándose los doce apóstoles le dijeron: Despacha ya a estas gentes, para que vayan a buscar alojamiento, y hallen qué comer en las villas y aldeas del contorno; pues aquí estamos en un desierto.
Les respondió Jesús : Dadles vosotros de comer. Pero ellos replicaron: No tenemos más de cinco panes y dos peces , a no ser que quieras que vayamos nosotros con nuestro poco dinero a comprar víveres para toda esta gente.
Es de notar que eran como unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: Hacedlos sentar por cuadrillas de cincuenta en cincuenta.
Así los hicieron sentar a todos.
Y habiendo él tomado los cinco panes y los dos peces , levantando los ojos al cielo, los bendijo, los partió y los distribuyó a los discípulos, para que los sirviesen a la gente.
Y comieron todos, y se saciaron; y de lo que les sobró, se sacaron doce cestos de pedazos.
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Sucedió un día que habiéndose retirado a hacer oración, teniendo consigo a sus discípulos, preguntándoles: ¿Quién dicen las gentes que soy yo?
Ellos le respondieron: Muchos que Juan Bautista, otros que Elías, otros, en fin, uno de los antiguos profetas que ha resucitado.
Y vosotros, replicó Jesús , ¿quién decís que soy yo? Respondió Simón Pedro: El Cristo o ungido de Dios.
Pero él les mandó que a nadie dijesen eso.
Y añadió: Porque conviene que el Hijo del hombre padezca muchos tormentos y sea condenado por los ancianos, y los príncipes de los sacerdotes, y los escribas, y sea muerto, y resucite al tercer día.
Asimismo decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí que renuncie a sí mismo, lleve su cruz cada día, y me siga.
Pues quien quisiere salvar su vida, la perderá; cuando al contrario, el que perdiere su vida por amor de mí, la pondrá a salvo.
¿Y qué adelanta el hombre con ganar todo el mundo, si es a costa suya, y perdiéndose a sí mismo?
Porque quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su majestad, y en la de su Padre, y de los santos ángeles.
Os aseguro con verdad, que algunos hay aquí presentes que no morirán sin que hayan visto el reino de Dios.
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Sucedió, pues, que cerca de ocho días después de dichas estas palabras, tomó consigo a Pedro, y a Santiago, y a Juan, y subió a un monte a orar.
Y mientras estaba orando, apareció diversa la figura de su semblante, y su vestido se volvió blanco y refulgente.
Y se vieron de repente dos personajes que conversaban con él, los cuales eran Moisés y Elías,
que aparecieron en forma gloriosa y hablaban de su salida, la cual estaba para verificar en Jerusalén .
Mas Pedro y sus compañeros se hallaban cargados de sueño. Y despertando vieron la gloria de Jesús y a los dos personajes que le acompañaban.
Y así que éstos iban a despedirse de él, le dijo Pedro: Maestro, bien estamos aquí; hagamos tres tiendas o pabellones, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías; no sabiendo lo que decía.
Mas en tanto que esto hablaba, se formó una nube que los cubrió; y viéndolos entrar en esta nube, quedaron aterrados.
Y salió de la nube una voz que decía: Este es el hijo mío querido, escuchadle.
Al oírse esta voz, se halló Jesús solo. Y ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron por entonces nada de lo que habían visto.
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Al día siguiente, cuando bajaban del monte, les salió al camino gran multitud;
y en medio de ella un hombre clamó, diciendo: Maestro, mira, te ruego, a mi hijo, que es el único que tengo;
y un espíritu maligno le toma, y de repente le hace dar alaridos, y le tira contra el suelo, y le agita con violentas convulsiones hasta hacerlo arrojar espuma, y con dificultad se aparta de él, después de desgarrarle sus carnes.
He rogado a tus discípulos que le echen, mas no han podido.
Jesús entonces, tomando la palabra, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa!, ¿hasta cuándo he de estar con vosotros, y sufriros? Trae aquí a tu hijo.
Al acercarse, le tiró el demonio contra el suelo, y lo maltrataba.
Pero Jesús , habiendo increpado al espíritu inmundo, curó al mozo, y lo devolvió a su padre.
Con lo que todos quedaban pasmados del gran poder de Dios; y mientras todo el mundo no cesaba de admirar las cosas que hacía, él dijo a sus discípulos: Grabad en vuestro corazón lo que voy a deciros: El Hijo del hombre está para ser entregado en manos de los hombres.
Pero ellos no entendieron este lenguaje, y les era tan oscuro el sentido de estas palabras, que nada comprendieron, ni tuvieron valor para preguntarle sobre lo dicho.
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Y les vino al pensamiento cuál de ellos sería el mayor;
pero Jesús , leyendo los afectos de su corazón, tomó de la mano a un niño y lo puso junto a sí,
y les dijo: Cualquiera que acogiere a este niño por amor mío, a mí me acoge; y cualquiera que me acogiere a mí, acoge al que me ha enviado. Y así, aquel que es el menor entre vosotros, ése es el mayor.
Entonces Juan, tomando la palabra, dijo: Maestro, hemos visto a uno lanzar los demonios en tu nombre, pero se lo hemos vedado; porque no anda con nosotros en tu seguimiento.
Le dijo Jesús : No se lo prohibais; porque quien no está contra vosotros, por vosotros está.
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Y cuando estaba para cumplirse el tiempo en que Jesús había de salir, se puso en camino, mostrando un semblante decidido para ir a Jerusalén .
Y despachó a algunos delante de sí para anunciar; los cuales habiendo partido entraron en una ciudad de samaritanos a prepararle hospedaje.
Mas no quisieron recibirle, porque daba a conocer que iba a Jerusalén .
Viendo esto sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: ¿Quieres que mandemos que llueva fuego del cielo y los devore?
Pero Jesús vuelto a ellos los reprendió, diciendo: No sabéis a qué espíritu pertenecéis.
El Hijo del hombre no ha venido para perder a los hombres, sino para salvarlos. Y con esto se fueron a otra aldea.
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Mientras iban andando su camino, hubo un hombre que le dijo: Señor, yo te seguiré adondequiera que fueres.
Pero Jesús le respondió: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas entiende que el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.
A otro le dijo Jesús : Sígueme; mas éste respondió: Señor, permíteme que vayas antes, y dé sepultura a mi padre.
Le replicó Jesús : Deja tú a los muertos el cuidado de sepultar a sus muertos; pero tú ve, y anuncia el reino de Dios.
Y otro le dijo: Yo te seguiré, Señor; pero primero déjame ir a despedirme de mi casa.
Le respondió Jesús : Ninguno que después de haber puesto mano en el arado vuelve los ojos atrás, es apto para el reino de Dios.
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Son
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