ANIDAD, y no más, son ciertamente todos los hombres en quienes no se halla la ciencia de Dios; y que por los bienes visibles no llegaron a entender al Ser Supremo, ni considerando las obras reconocieron al artífice de ellas;
sino que se figuraron ser el fuego, o el viento, o el aire ligero, o las constelaciones de los astros, o la gran mole de las aguas, o el sol y la luna los dioses gobernadores del mundo.
Que si encantados de la belleza de estas cosas las imaginaron dioses, debieran conocer cuánto más hermoso es el dueño de ellas; pues el que creó todas estas cosas es el autor de la hermosura.
O si se maravillaron de la virtud e influencia de estas criaturas, entender debían por ellas que aquel que las creó las sobrepuja en poder.
Pues la grandeza y hermosura de estas criaturas se puede a las claras venir en conocimiento de su Creador.
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Mas ellos son menos reprensibles; porque si caen en el error puede decirse que es buscando a Dios, y esforzándose por encontrarlo.
Por cuanto lo buscan discurriendo sobre sus obras, de las cuales quedan como encantados por la belleza que ven en ellas.
Aunque tampoco a éstos se les debe perdonar,
porque si pudieron llegar por su sabiduría a formar idea o a penetrar las cosas del mundo, ¿cómo no echaron de ver más fácilmente al Señor del mundo?
Pero malaventurados son y fundan en cosas muertas sus esperanzas aquellos que llamaron dioses a las obras de la mano de los hombres, al oro y a la plata, labrados con arte, o a las figuras de los animales o a una piedra inútil, obra de mano antigua.
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Como cuando un artífice o escultor hábil corta del bosque un árbol derecho, y diestramente le quita toda la corteza y valiéndose de su arte fabrica mañosamente un mueble a propósito para el servicio de la vida,
y los restos los recoge para cocer la comida;
y a uno de estos restos, que para nada sirve, por estar torcido y lleno de nudos, lo va puliendo a ratos desocupado, y con la pericia de su arte va dándole figura, hasta hacer de él la imagen de un hombre,
o darle la semejanza de un animal, pintándolo de rojo, y poniéndole la encarnadura y cubriéndole todos los agujeros y hendiduras que hay en él;
y haciendo después para la estatua un nicho conveniente, la coloca en la pared, y la afirma con clavos,
para que no caiga al suelo usando con ella de esta precaución porque sabe que no puede valerse a sí misma, puesto que es una mera imagen la cual necesita ayuda para sostenerse.
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Y sin embargo, ofreciéndole votos, la consulta sobre su hacienda, sobre sus hijos y sobre sus matrimonios. Ni se corre de hablar con aquello que carece de vida;
antes bien suplica por la salud a un inválido, y ruega por la vida a un muerto, e invoca en su ayuda a un estafermo;
y para hacer un viaje se encomienda a quien no puede moverse; y para sus ganancias y labores y el buen éxito de todas las cosas hace oración al que es inútil para todo.
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