OH varones de Israel!, vosotros que voluntariamente habéis expuesto vuestras vidas, bendecid al Señor.
¡Escuchad, reyes!, ¡estadme atentos, oh príncipes! Yo soy, yo soy la que celebraré al Señor, y entonaré himnos al Señor Dios de Israel.
¡Oh Señor!, cuando saliste de Seir, y pasaste por las regiones de Edón, se estremeció la tierra, y los cielos y las nubes se disolvieron en aguas.
Los montes se liquidaron a la vista del Señor, como el monte Sinaí , delante del Señor Dios de Israel.
En los días de Samgar, hijo de Anat, en los días de Jahel estaban desiertos los caminos; y los que tenían que viajar, andaban por veredas tortuosas o extraviadas.
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Se habían acabado en Israel los valientes, habían desaparecido, hasta que Débora levantó la cabeza y se dejó ver como una madre para Israel.
Nuevo y maravilloso modo de guerrear escogió el Señor, y él mismo, por medio de una mujer, destruyó las fuerzas de los enemigos: no se veía lanza ni escudo entre cuarenta mil soldados de Israel.
Mi corazón os ama, ¡oh príncipes de Israel!; vosotros que con buena voluntad os expusisteis al peligro, bendecid al Señor.
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Los que cabalgáis en lucidas caballerías, los que estáis sentados en los tribunales, los que andáis ya libremente por los caminos públicos, hablad vosotros, y bendecid al Señor.
Donde se estrellaron los carros de guerra, donde las huestes enemigas se anegaron, allí sean publicadas las venganzas del Señor, y su clemencia para con los valientes de Israel. El pueblo se congregó entonces libremente en las puertas de las ciudades, y recobró su superioridad.
¡Ea, vamos, Débora!, vamos, ea, prepárate para entonar un cántico al Señor! Animo, ¡oh Barac!, ¡vamos, toma, hijo de Abinoem, los prisioneros que has hecho!
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Se han salvado las reliquias del pueblo de Dios; el Señor ha combatido al frente de los valientes.
Se sirvió de uno de la tribu de Efraín para derrotar a los cananeos en la persona de los amalecitas: después se sirvió de una de la tribu de Benjamín contra tus pueblos, ¡oh Amalec! De Maquir, primogénito de Manasés, descendieron los príncipes, y de Zabulón los que han capitaneado hoy el ejército para combatir.
También los caudillos de Isacar han ido con Débora y seguido las pisadas de Barac; el cual se ha arrojado a los peligros, dejándose caer sobre el enemigo como quien se despeña a una sima. Mas dividido entonces Rubén en partidos contra sí mismos, se suscitaron discordias entre sus valientes.
¿Por qué te estás ahí quieto, ¡oh Rubén!, entre los dos términos de Israel y de sus enemigos oyendo los balidos de tus rebaños? Pero dividido Rubén en partidos contra sí mismos, sus valientes sólo se ocuparon en disputar entre sí.
Los de Galaad estaban en reposo a la otra parte del Jordán; y Dan atendía a sus navíos y comercio: lo mismo que Aser que habitaba en la costa del mar, y se mantenía en sus puertos.
Empero Zabulón y Neftalí fueron a exponer sus vidas en el país de Merome.
Vinieron los reyes enemigos y pelearon contra ellos: los reyes de Canaán pelearon contra Israel en Tanac, junto a las aguas del Mageddo; mas no pudieron llevar presa ninguna.
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Desde el cielo se hizo guerra contra ellos: las estrellas permaneciendo en su orden y curso, pelearon contra Sísara.
El torrente de Cisón arrastró sus cadáveres, el torrente de Cadumín, el torrente de Cisón. ¡Huella, oh alma mía, a los orgullosos campeones!
Se les saltaron a sus caballos las uñas de los pies con la impetuosidad de la huida, cayendo por los precipicios los más valientes de los enemigos.
Maldecid a la tierra de Meroz, dijo el ángel del Señor: maldecid a sus habitantes, pues no quisieron venir al socorro del pueblo del Señor, a ayudar a sus más esforzados guerreros.
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¡Bendita entre todas las mujeres Jahel, esposa de Haber, cineo, bendita sea en su pabellón!
Le pidió Sísara agua, y le dio leche, y en taza de príncipes le ofreció la nata.
Con la izquierda cogió un clavo, y con la diestra un martillo de obreros, y mirando donde heriría a Sísara en la cabeza, le dio el golpe y le taladró con gran fuerza las sienes.
Cayó Sísara entre los pies de Jahel, perdió las fuerzas, y expiró después de haberse revolcado por el suelo delante de Jahel, quedando tendido en tierra, exánime y miserable.
Mientras esto pasaba estaba mirando la madre de Sísara desde la ventana y daba voces, diciendo desde su cuarto: ¿Cómo tarda tanto en volver su carro? ¿Cómo son tan pesados los pies de sus cuatro caballos?
La más discreta entre las mujeres de Sísara, respondió así a la suegra:
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Quizá está ahora repartiendo los despojos, y se está escogiendo para él la más hermosa de las cautivas; se separan de entre todo el botín ropas de diversos colores para Sísara, y variedad de joyas para adorno de los cuellos.
Perezcan, Señor, como Sísara todos tus enemigos: y brillen como el sol en su oriente los que te aman.
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Estuvo después todo el país en paz cuarenta años.
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