MI espíritu se va extenuando; se acortan mis días, y sólo me resta el sepulcro. 2 Yo no he delinquido, y con todo mis ojos no ven sino amarguras. 3 Líbrame, oh Señor, y ponme a tu lado, y pelee contra mí la mano de quien quiera. 4 Tú has alejado la sabiduría del corazón de éstos; por tanto no serán ensalzados. 5 El uno promete ya los despojos de la victoria a sus compañeros; mas los ojos de sus hijos se consumirán.

6 El me ha hecho la fábula del vulgo, y soy a sus ojos un escarmiento. 7 Por el gran pesar he perdido la luz de mis ojos, y los miembros de mi cuerpo han quedado casi aniquilados. 8 Se pasmarán los justos de esto que me pasa, y el inocente se irritará contra el hipócrita. 9 Como quiera, el justo proseguirá su camino, y el que obra bien se fortalecerá más en el bien obrar. 10 Por tanto, arrepentíos todos vosotros, y venid y veréis que no hallaré entre vosotros ninguno verdaderamente sabio.

11 Mas, ¡ay!, se fueron mis días felices; se disiparon como humo todos mis designios, dejando en tormento mi corazón. 12 Ellos han convertido para mí la noche en día; y después de las tinieblas espero ya de nuevo con ansia que venga la luz. 13 Aun cuando yo sufra con paciencia, el sepulcro será luego mi casa, y tengo ya preparado mi lecho en las tinieblas. 14 He dicho a la podredumbre: Tú eres mi padre; y a los gusanos: Vosotros sois mi madre y mi hermana. 15 Según esto, ¿qué esperanza es la que me queda? ¿Y quién es el que toma en consideración mi paciencia? 16 Todas mis cosas tendrán fin, y descenderán a lo más hondo del sepulcro; ¿crees tú que al menos allí tendré yo reposo?
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