E siete años era Joás cuando comenzó a reinar; y cuarenta años reinó en Jerusalén ; se llamaba su madre Sebia, y era natural de Bersabee.
E hizo Joás lo que es bueno delante del Señor, mientras vivió el sacerdote Joíada,
quien lo casó con dos mujeres, de quienes tuvo hijos e hijas.
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Después de esto quiso Joás restaurar el templo del Señor;
a cuyo fin, convocando los sacerdotes y levitas, les dijo: Salid por las ciudades de Judá, y recoged de todo Israel el dinero para los reparos anuales del templo de vuestro Dios; y hacedlo pronto. Pero los levitas obraron con negligencia.
Por lo que llamó el rey al príncipe de los sacerdotes Joíada, y le dijo: ¿Cómo no has tenido cuidado de obligar a los levitas a que recogiesen de Judá y de Jerusalén la contribución impuesta por Moisés, siervo del Señor, a todo el pueblo de Israel para la construcción del Tabernáculo de la Alianza?
Porque la impiísima Atalía y sus hijos habían arruinado la casa de Dios; y se sirvieron de todas las cosas consagradas al templo del Señor para adornar el templo de Baal.
Mandó, pues, el rey que se hiciese un arca ; la que colocaron junto a la puerta del templo del Señor, por la parte de afuera;
y se pregonó en Judá y en Jerusalén que cada cual trajese al Señor la contribución señalada por Moisés, siervo de Dios, a todo Israel en el desierto.
Se alegraron de esto todos los príncipes y el pueblo todo; y acudieron a echar en el arca del Señor el dinero, de suerte que la llenaron.
Así que llegaba el tiempo de llevar al arca a la presencia del rey por manos de los levitas (cuando veían que había mucha cantidad de dinero), venía el secretario del rey con un comisario elegido por el sumo sacerdote, y sacaban el dinero que había en el arca , la cual volvían a su sitio. Así lo hacían todos los días; y se recogió infinito dinero.
El cual entregaron el rey y Joíada a los capataces de las obras del templo del Señor; y éstos pagaban con él a los canteros, y a los varios artífices que trabajaban para reparar la casa del Señor; e igualmente a los que trabajaban en hierro y en bronce, para asegurar lo que amenazaba ruina.
Y estos obreros trabajaron con esmero; y repararon las hendiduras de las paredes, restituyendo el templo del Señor a su antiguo estado, y consolidándole perfectamente.
Acabadas todas las obras, presentaron al rey y a Joíada el sobrante del dinero, del cual se hicieron los vasos para el servicio del templo y para los holocaustos, como las tazas y demás vasos de oro y de plata. Y mientras vivió Joíada se ofrecían continuamente holocaustos en la casa del Señor.
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Pero Joíada, envejecido y cargado de días, vino a morir, siendo de edad de ciento treinta años;
y fue sepultado en la ciudad de David con los reyes, por el bien que había hecho a Israel y a su casa.
Mas después de muerto Joíada entraron los príncipes de Judá a postrarse a los pies del rey; el cual, halagado con sus obsequios y lisonjeras razones, se dejó llevar de ellos.
Y así fue que abandonaron el templo del Señor Dios de sus padres y dieron culto a los simulacros y bosques a ellos consagrados; pecado que acarreó la ira sobre Judá y Jerusalén .
Entretanto el Señor les enviaba profetas para que se convirtiesen a él; pero por más intimaciones que les hacían, no eran escuchadas.
Por último revistió Dios de su espíritu al sumo sacerdote Zacarías, hijo de Joíada; y presentándose delante del pueblo, les habló de esta manera: Esto dice el Señor Dios: ¿Por qué buscáis vuestra ruina traspasando los mandamientos del Señor, y lo habéis abandonado para ser de él abandonados?
Mas ellos aunados contra Zacarías, lo apedrearon por orden del rey, en el atrio del templo del Señor.
Y no se acordó el rey Joás de los beneficios que le había hecho Joíada, padre de Zacarías, sino que mató a este hijo suyo; el cual dijo al morir: Véalo el Señor y haga justicia.
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Al cabo de un año salió a campaña contra él el ejército de Siria, entró en el país de Judá y en Jerusalén , y mató a todos los príncipes del pueblo; y remitieron todos los despojos a su rey, a Damasco.
A la verdad, aunque los siros habían venido en cortísimo número, el Señor entregó en sus manos una multitud inmensa de hijos de Israel, por haber abandonado al Señor Dios de sus padres. También Joás fue maltratado por ellos de un modo ignominioso;
y al partir lo dejaron en grandes dolores; finalmente, sus propios criados se conjuraron contra él para vengar la sangre del hijo de Joíada, sumo sacerdote, y lo asesinaron en su misma cama, y quedó muerto; y lo enterraron en la ciudad de David, mas no en los sepulcros de los reyes.
Los que se conjuraron contra él, fueron Zabad, hijo de Semmaat, amonita, y Jozabad, hijo de Semarit, moabita.
En orden a sus hijos, y a la suma del dinero que se recogió en su reinado, y al modo con que fue restaurada la casa de Dios, todo esto está escrito en el Libro de los Reyes. Lo sucedió en el reino su hijo Amasías.
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