partiendo de allí llegó a los confines de Judea, al otro lado del Jordán, donde concurrieron de nuevo alrededor de él los pueblos vecinos, y se puso otra vez a enseñarlos, como tenía de costumbre.
Vinieron entonces a él unos fariseos, y le preguntaban por tentarlo si es lícito al marido repudiar a su mujer.
Pero él, en respuesta, les dijo: ¿Qué os mandó Moisés?
Ellos dijeron: Moisés permitió repudiarla, precediendo escritura legal del repudio.
A los cuales replicó Jesús : En vista de la dureza de vuestro corazón os dejo mandado eso.
Pero al principio , cuando los creó Dios, formó a un hombre y a una mujer;
por cuya razón, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se juntará con su mujer;
y los dos no compondrán sino una sola carne, de manera que ya no son dos, sino una sola carne:
No separe, pues, el hombre lo que Dios ha juntado.
Después en casa, le tocaron otra vez sus discípulos el mismo punto.
Y él les inculcó: Cualquiera que desechare a su mujer y tomare otra, comete adulterio contra ella.
Y si la mujer se separa de su marido y se casa con otro es adúltera.
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Como le presentasen unos niños para que los tocase, los discípulos reñían a los que venían a presentárselos.
Lo que advirtiendo Jesús , lo llevó muy a mal y les dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo estorbéis; porque de los que se asemejan a ellos es el reino de Dios.
En verdad os digo, que quien no recibiere, como niño el reino de Dios no entrará en él.
Y estrechándolos entre sus brazos, y poniendo sobre ellos las manos los bendecía.
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Así que salió para ponerse en camino, vino corriendo uno, y arrodillado a sus pies, le preguntó: ¡Oh buen Maestro!, ¿qué debo yo hacer para conseguir la vida eterna?
Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.
Ya sabes los mandamientos: No cometer adulterio, no matar, no hurtar, no decir falso testimonio, no hacer mal a nadie, honrar a padre y madre.
A esto respondió él, y le dijo: Maestro, todas esas cosas las he observado desde mi mocedad.
Y Jesús mirándole de hito en hito, mostró quedar prendado de él, y le dijo: Una cosa te falta aún, anda, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, que así tendrás un tesoro en el cielo; y ven después y sígueme.
A esta propuesta, entristecido el joven, se fue muy afligido, pues tenía muchos bienes.
Y echando Jesús una ojeada alrededor de sí, dijo a sus discípulos: ¡Oh, cuán difícilmente los acaudalados entrarán en el reino de Dios!
Los discípulos quedaron pasmados al oír tales palabras. Pero Jesús , volviendo a hablar les añadió: ¡Ay, hijitos míos, cuán difícil cosa es que los que ponen su confianza en las riquezas entren en el reino de Dios!
Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que el entrar un rico en el reino de Dios.
Con esto subía de punto su asombro, y se decían unos a otros: ¿Quién podrá pues salvarse?
Pero Jesús fijando en ellos la vista, les dijo: A los hombres es esto imposible, mas no a Dios; pues para Dios todas las cosas son posibles.
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Aquí Pedro, tomando la palabra, le dijo: Por lo que hace a nosotros, bien ves que hemos renunciado todas las cosas y te hemos seguido.
A lo que Jesús , respondiendo dijo: Pues yo os aseguro que nadie hay que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas o padre o madre, o hijos o heredades por amor de mí y del mensaje de salvación,
que ahora mismo en este siglo, y aun en medio de las persecuciones, no reciba el cien doblado por equivalentes de casas, y hermanos, y hermanas, de madres, de hijos de heredades; y en el siglo venidero, la vida eterna.
Pero muchos de los que en la tierra hayan sido los primeros, serán allí los últimos; y muchos de los que hayan sido los últimos serán los primeros.
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Continuaban su viaje subiendo a Jerusalén , y Jesús se les adelantaba: y estaban sus discípulos como atónitos, y le seguían llenos de temor. Y tomando aparte de nuevo a los doce, comenzó a repetirles lo que había de sucederle.
Nosotros, les dijo, vamos, como veis, a Jerusalén , donde el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas y ancianos, que le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles:
Y le escarnecerán, y le escupirán, y le azotarán, y le quitarán la vida, y al tercer día resucitará.
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Entonces, se arriman a él Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y por medio de su madre le hacen esta petición: Maestro, quisiéramos que nos concedieses todo cuanto te pidamos.
Les dijo él: ¿Qué cosas deseáis que os conceda?
Concédenos, respondieron, que en tu gloria, nos sentemos el uno a tu diestra y el otro a tu siniestra.
Mas Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?; ¿o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?
Le respondieron: Sí que podemos. Pues tened por cierto, les dijo Jesús , que beberéis el cáliz y seréis bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado;
pero eso de sentarse a mi distra y a mi siniestra no está en mi arbitrio darlo a vosotros, sino a quienes se ha destinado.
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Oyendo los diez dicha demanda, dieron muestras de indignación contra Santiago y Juan.
Mas Jesús , llamándolos todos a sí, les dijo: Bien sabéis que los que tienen autoridad de mandar a las naciones, las tratan con imperio; y que sus príncipes ejercen sobre ellos un poder absoluto.
No debe ser lo mismo entre vosostros; sino quien quisiere hacerse mayor ha de ser vuestro criado;
y quien quisiere ser entre vosotros el primero, debe hacerse siervo de todos.
Porque aun el Hijo del hombre no vino a que le sirviesen, sino a servir y a dar su vida por la redención de muchos.
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Después de esto llegaron a Jericó ; y al partir de Jericó con sus discípulos seguido de muchísima gente, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino, pidiendo limosna.
Habiendo oído, pues, que era Jesús Nazareno el que venía, comenzó a dar voces, diciendo: ¡Jesús , hijo de David, ten misericordia de mí!
Y reñíanle muchos para que callara; sin embargo, él alzaba mucho más el grito: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!
Parándose entonces Jesús , le mandó llamar. Y le llamaron, diciéndole: ¡Ea, buen ánimo!, levántate, que te llama.
El cual, arrojando su capa al instante se puso en pie, y vino a él.
Y Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le respondió: Maestro, haz que yo vea.
Y Jesús : Anda, que tu fe te ha curado. Y de repente vio, y él iba siguiendo por el camino.
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