RACIÓN de un miserable, que hallándose atribulado derrama en la presencia del Señor sus plegarias.
Escucha, ¡oh Señor!, benignamente mis ruegos; y lleguen hasta ti mis clamores.
No apartes de mí tu rostro, en cualquier ocasión en que me halle atribulado dígnate oírme. Acude luego a mí, siempre que te invocare;
porque como humo han desaparecido mis días, y áridos están mis huesos como leña seca.
Estoy marchito como el heno, árido está mi corazón; pues hasta de comer mi pan me he olvidado.
De puro gritar y gemir me he quedado con sola la piel pegada a los huesos.
Me he vuelto semejante al pelícano, que habita en la soledad; me parezco al búho en su triste albergue.
Paso insomnes las noches, y vivo cual pájaro que está solitario sobre los tejados.
Me hieren todo el día mis enemigos, y aquellos que me alaban se han conjurado contra mí.
Porque el alimento que tomo va mezclado con la ceniza; y mis lágrimas con mi bebida,
a vista de tu ira e indignación, pues me levantaste en alto para estrellarme.
Como sombra han pasado mis días y me he secado como el heno.
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Pero tú, Señor, permaneces para siempre, y tu memoria pasará de generación en generación.
Tú te levantarás, y tendrás lástima de Sión; porque tiempo es el de apiadarte de ella, llegó ya el plazo.
Y porque hasta sus mismas ruinas son amadas de tus siervos, y miran éstos con afición aun al polvo de aquella tierra.
Entonces, ¡oh Señor!, las naciones temerán tu santo Nombre, y todos los reyes de la tierra respetarán tu gloria.
Porque el Señor reedificará a Sión, en donde se dejará ver con toda majestad.
El escuchó la oración de los humildes, y no despreció sus plegarias.
Que se escriban estas cosas para la generación venidera; y el pueblo que será creado glorificará al Señor.
Porque desde su excelso santuario inclinó los ojos hacia nosotros. Se puso el Señor desde el cielo a mirar la tierra,
para escuchar los gemidos de los que estaban entre cadenas, para libertar a los sentenciados a muerte,
a fin de que prediquen en Sión el Nombre del Señor y sus alabanzas en Jerusalén .
Entonces los pueblos y reyes se reunirán para servir juntos al Señor.
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Dijo el justo en medio de su florida edad: Manifiéstame ¡oh Señor!, el corto número de mis días.
No me llames a la mitad de mi vida. Eternos son tus años.
¡Oh Señor!, tú eres el que al principio creaste la tierra; los cielos obra son de tus manos.
Estos perecerán; pero tú eres inmutable. Vendrán a gastarse como un vestido. Y los mudarás como quien muda una capa, y mudados quedarán.
Mas tú eres siempre el mismo, y tus años no tendrán fin.
Los hijos de tus siervos habitarán tranquilos en Jerusalén, y su descendencia quedará arraigada por los siglos de los siglos.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Referencia
Ilustración
Atlas