UCEDIÓ, pues, el mes de Nisán, el año vigésimo del reinado de Artajerjes, que traído el vino delante del rey, tomé yo la copa, y se la serví; mas estaba yo triste en su presencia.
Y me dijo el rey: ¿Por qué está melancólico tu semblante, no estando como no estás enfermo? No es esto sin motivo; tú maquinas alguna cosa mala en tu corazón. Se apoderó entonces de mí un temor gran-de,
y respondí al rey: Oh rey, sea tu vida eterna, ¿cómo no ha de estar melancólico mi semblante cuando la ciudad, lugar de los sepulcros de mis padres, está desierta, y consumidas sus puertas por las llamas?
Y me dijo el rey: ¿Qué es lo que pretendes? Y yo, encomendándome al Dios del cielo,
respondí al rey: Si el rey lo tiene a bien, y si tu siervo ha hallado la gracia en tus ojos, envíame a Judea, a la ciudad en donde está el sepulcro de mi padre, y yo la reedificaré.
A lo que me dijeron el rey y la reina, la cual estaba sentada a su lado: ¿En cuánto tiempo harás tu viaje y podrás volver? Le dije el tiempo; y mostró el rey alegrarse, y me dio licencia.
Mas yo dije al rey: Si es del agrado del rey, déme cartas para los gtobernadores del país del otro lado del río, para que me concedan paso hasta llegar a Judea;
y también otra carta para Asaf, guarda de los reales bosques, a fin de que me suministre maderas para construir las puertas de la torre del templo, y los muros de la ciudad, y la casa en que habré de habitar. Me lo otorgó el rey, porque estaba a mi favor la benéfica mano de Dios.
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Con eso llegué a los gobernadores del territorio de la otra parte del río, y les di las cartas del rey. Había el rey enviado conmigo oficiales de guerra y gente de a caballo.
Luego que lo supieron Sanaballat horonita, y Tobías amonita, criado del rey, tuvieron grandísimo pesar de que hubiese llegado un hombre que procurase la prosperidad de los hijos de Israel.
Llegué, en fin, a Jerusalén , donde descansé tres días;
y me levanté de noche con algunos pocos hombvres, sin declarar a nadie lo que Dios me había inspirado hacer en Jerusalén ; no llevaba conmigo otra caballería, fuera de la que yo montaba.
Salí, pues, de noche por la puerta del valle de Cedrón, y por delante de la fuente del Dragón, y hacia la puerta del Estercolero, y contemplaba la muralla de Jerusalén arruinada, y sus puertas consumidas de las llamas.
De allí pasé a la puerta de la fuente de Siloé y al acueducto del rey; y ya no había camino por donde pudiese pasar la caballería en que iba.
Y siendo todavía de noche, subí por el torrente, y registraba el muro, y dando la vuelta llegué otra vez a la puerta del valle, y me volví a mi casa.
Entretanto los magistrados no sabían adónde había ido yo, ni lo que yo hacía; y hasta entonces nada había yo declarado a los judíos, ni a los sacerdotes, ni a los magnates, ni a los magistrados, ni a los demás destinados para cuidar de las obras.
Les dije, pues: Bien veis el lastimoso estado en que nos hallamos; Jerusalén está desierta, y sus puertas hechas cenizas; venid y reedificaremos los muros de Jerusalén , y no vivamos más en estado de tanta ignominia.
Al mismo tiempo les hice ver cómo estaba a favor mío la benéfica mano de mi Dios, y les referí las palabras que el rey me había dicho, y concluí: Ea, vamos y emprendamos la obra. Con esto ellos cobraron vigor para ponerla en ejecución.
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Enterados Sanaballat horonita, y Tobías amonita, criado del rey, y Gosem el árabe, nos silbaron y escarnecieron, diciendo: ¿Qué es esto que hacéis? ¿Os queréis acaso rebelar contra el rey?
Pero yo les respondí y dije: El Dios del cielo es quien nos ayuda; nosotros somos sus siervos, e iremos adelante, y proseguiremos la obra; pues vosotros no tenéis parte, ni derecho, ni se os nombra para nada en Jerusalén .
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas