AS Elías de Tesbe, habitante de Galaad, dijo a Acab: Vive el Señor Dios de Israel, de quien yo soy siervo, que no ha de caer rocío ni lluvia en estos años, sino hasta que yo lo dijere.
Y le habló el Señor, diciéndole:
Sal de aquí, y encamínate hacia el oriente, y escóndete en el arroyo de Carit, que está enfrente del Jordán.
Allí beberás del arroyo; y ya he mandado yo a los cuervos que te lleven allí de comer.
Se fue, pues, y ejecutó las órdenes del Señor; y se retiró junto al arroyo de Carit, que corre enfrente del Jordán;
a donde los cuervos le llevaban pan y carne por la mañana, y asimismo pan y carne por la tarde; y bebía del arroyo.
Mas pasados algunos días, se secó el arroyo; porque faltaron las lluvias sobre la tierra.
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Por tanto, le habló el Señor y le dijo:
Anda y vete a Sarepta, ciudad de los sidonios, y fija en ella tu morada; porque yo tengo allí dispuesto que una mujer viuda te sustente.
Partió, pues, y se fue a Sarepta, y al llegar a la puerta de la ciudad, se encontró con una mujer viuda que andaba recogiendo leña; y llamándola le dijo: Dame en un vaso un poco de agua para beber.
Yendo ella a traérsela, gritó tras de la mujer, diciéndole: Tráeme también, te ruego, un bocado de pan en tu mano.
Vive el Señor Dios tuyo, respondió ella, que pan yo no lo tengo; no tengo más que un puñado de harina en la orza, y un poco de aceite en la alcuza; he aquí que estoy cogiendo dos palitos de leña para ir a cocerla para mí y para mi hijo, y comérnosla; y después de consumidos estos residuos morirnos de hambre.
Le dijo Elías: No temas; anda, ve y haz lo que has dicho; mas primero haz para mí de ese poquito de harina un panecillo, cocido debajo del rescoldo, y tráemelo, que después lo harás para ti y para tu hijo.
Porque esto dice el Señor Dios de Israel: No vendrá a menos la harina de la orza, ni menguará el aceite de la alcuza, hasta el día en que el Señor envíe lluvia sobre la tierra.
Se fue, pues, la mujer e hizo lo que Elías le había dicho; y comió Elías, ella y toda su casa. Desde aquel día
no faltó nunca harina en la orza, ni se disminuyó el aceite de la alcuza; según lo que había prometido el Señor por boca de Elías.
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Sucedió después que enfermó el hijo de aquella mujer dueña de la casa, y la enfermedad era mortal, de suerte que quedó sin respiración alguna.
Por lo cual dijo a Elías: ¿Qué te he hecho yo, oh varón de Dios? ¿Has entrado en mi casa para renovar la memoria de mis pecados, y en castigo de ellos hacer morir a mi hijo.
Le respondió Elías: Dame tu hijo. Y tomándole de su regazo, lo llevó al aposento de arriba, donde estaba hospedado, y lo puso sobre su cama.
Y clamó al Señor diciendo: ¡Oh Señor Dios mío!, ¿aun a esta viuda, que me sustenta del modo que puede, la has afligido, quitando la vida a su hijo?
Después de esto se tendió, y se encogió sobre el niño por tres veces, y clamó al Señor diciendo: ¡Señor Dios mío! Te ruego que vuelvas el alma de este niño a sus entrañas.
Oyó el Señor la súplica de Elías, y volvió el alma del niño a entrar en él y resucitó.
Entonces Elías tomó el niño y lo bajó de su aposento al cuarto bajo de la casa, y se lo entregó a su madre diciéndole: Aquí tienes vivo a tu hijo.
Y dijo la mujer a Elías: Ahora acabo de reconocer en esto que tú eres un varón de Dios, y que verdaderamente la palabra de Dios está en tu boca.
Padre
Hijo
Espíritu Santo
Ángeles
Satanás
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Ilustración
Atlas