¿POR ventura la sabiduría no está clamando, y no levanta su voz la prudencia? 2 Puesta en pie en las más altas y elevadas cimas, en medio de las carreteras, en las encrucijadas de los caminos, 3 junto a las puertas de la ciudad, en la misma entrada, da voces, diciendo: 4 ¡Oh varones!, a vosotros es a quienes estoy continuamente clamando, y a vosotros todos, hijos de los hombres, dirijo mis palabras. 5 Aprended, hombres incautos, la prudencia, y estadme atentos, vosotros necios. 6 Escuchad, porque yo voy a hablar de cosas grandes, y van a abrirse mis labios para anunciar la justicia. 7 Publicará mi boca la verdad que he estado meditando, y mis labios abominarán la impiedad. 8 Justo son todos mis discursos; no hay entre ellos cosa torcida ni perversa. 9 Son rectos para aquellos que tienen inteligencia, y fáciles para los que han hallado la ciencia. 10 Recibid mis instrucciones, con mayor gusto que si recibieseis dinero; anteponed al oro la ciencia; 11 puesto que vale más la sabiduría que todas las joyas preciosísimas; nada de cuanto puede apetecerse es comparable con ella.

12 Yo la sabiduría, habito o presido en los buenos consejos, y me hallo presente en los sabios y discretos pensamientos. 13 El temor del Señor aborrece el mal; yo detesto la arrogancia y la soberbia, todo proceder torcido y toda lengua dolosa. 14 A mí me pertenece el don de consejo y la equidad; mía es la prudencia, mía la fortaleza; 15 por mí reinan los reyes; y decretan los legisladores leyes justas. 16 Por mí los príncipes mandan, y los jueces administran la justicia. 17 Yo amo a los que me aman; y me hallarán los que madrugaren a buscarme. 18 En mi mano están las riquezas y la gloria, la opulencia y la justicia. 19 Pues más valen mis frutos que el oro y las piedras preciosas; y mis producciones que la más acendrada plata. 20 Yo camino por las sendas de la justicia, por la carretera de la rectitud, 21 a fin de enriquecer a los que me aman y henchir sus tesoros.

22 El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, desde el principio , antes que crease cosa alguna.

23 Desde la eternidad tengo yo el principado de todas las cosas, desde antes de los siglos, primero que fuese hecha la tierra. 24 Todavía no existían los abismos o mares, y yo estaba ya concebida; aún no habían brotado las fuentes de las aguas, 25 no estaba asentada la grandiosa mole de los montes, ni aún había collados, cuando yo había nacido. 26 Aún no había creado la tierra, ni los ríos, ni los ejes del mundo. 27 Cuando extendía él los cielos estaba yo presente; cuando con ley fija encerraba los mares dentro de su ámbito;

28 cuando establecía ya en lo alto las regiones etéreas, y ponía en equilibrio los manantiales de las aguas; 29 cuando circunscribía al mar en sus términos, e imponía ley a las aguas para que no traspasasen sus límites; cuando asentaba los cimientos de la tierra, 30 con él estaba yo disponiendo todas las cosas; y eran mis diarios placeres holgarme continuamente en su presencia, 31 el holgarme en la creación del universo; siendo todas mis delicias el estar con los hijos de los hombres. 32 Ahora, pues, ¡oh hijos!, escuchadme: bienaventurados los que siguen mis caminos. 33 Oíd mis documentos, y sed sabios, y no queráis desecharlos. 34 Bienaventurado el hombre que me escucha, y que vela continuamente a las puertas de mi casa, y está de observación en los umbrales de ella. 35 Quien me hallare hallará la vida, y alcanzará del Señor la salvación. 36 Mas quien pecare contra mí, dañará a su propia alma. Todos los que me aborrecen a mí, aman la muerte.
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