AS viendo Jesús a todo este gentío se subió a un monte, donde habiéndose sentado, se le acercaron sus discípulos;
y abriendo su boca los adoctrinaba, diciendo:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos y humildes, porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos seréis cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros.
Alegraos entonces y regocijaos, porque es muy grande la recompensa que os aguarda en los cielos. Del mismo modo persiguieron a los profetas que ha habido antes de vosotros.
Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se hace insípida, ¿con qué se le volverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para ser arrojada y pisada de las gentes.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte;
ni se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa:
Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
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No penséis que yo he venido a destruir la doctrina de la ley ni de los profetas: No he venido a destruirla, sino a darle su cumplimiento.
Que con toda verdad os digo que antes faltarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse perfectamente cuanto contiene la ley, hasta una sola letra o ápice de ella.
Y así, el que violare uno de estos mandamientos por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombres a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño, esto es, por nulo, en el reino de los cielos; pero el que los guardare y enseñare, ése será tenido por grande en el reino de los cielos.
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Porque yo os digo que si vuestra justicia no es más llena y mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No matarás; y que quien matare será condenado a muerte en juicio.
Yo os digo más: Quienquiera que tome ojeriza con su hermano, merecerá que el juez le condene. Y el que le insulte, merecerá que le condene el concilio. Mas quien lo ofenda gravemente, será reo del fuego del infierno.
Por tanto, si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar, allí te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra ti,
deja allí mismo tu ofrenda delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y después volverás a presentar tu ofrenda.
Componte luego con tu contrario, mientras estás con él todavía en el camino; no sea que te ponga en manos del juez, y el juez te entregue en las del alguacil, y te metan en la cárcel.
Te aseguro que de allí no saldrás hasta que pagues el último céntimo.
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Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No cometerás adulterio;
yo os digo más: Cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón.
Que si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecar, sácale y arrójale fuera de ti; pues mejor te está el perder uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
Y si es tu mano derecha la que te sirve de escándalo o incita a pecar, córtala y tírala lejos de ti; pues mejor te está que perezca uno de tus miembros, que no el que vaya todo tu cuerpo al infierno.
Se ha dicho: Cualquiera que despidiere a su mujer, dele libelo de repudio;
pero yo os digo, que cualquiera que despidiere a su mujer, si no es por causa de adulterio, la expone a ser adúltera; y el que se casare con la repudiada, es asimismo adúltero.
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También habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No jurarás en falso, antes bien cumplirás los juramentos hechos al Señor;
yo os digo más: Que de ningún modo juréis ni por el cielo, pues es el trono de Dios,
ni por la tierra, pues es la peana de sus pies; ni por Jerusalén , porque es la ciudad o corte del gran rey.
Ni tampoco juraréis por vuestra cabeza, pues no está en vuestra mano hacer blanco o negro un solo cabello.
Sea, pues, vuestro modo de hablar, sí, sí; o no, no; que lo que pasa de esto, de mal principio proviene.
Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
Yo os digo, que no hagáis resistencia al agravio; antes si alguno te hiriere en la mejilla derecha, vuélvele también la otra;
y al que quiere armarte pleito para quitarte la túnica, alárgale también la capa;
y a quien te forzare a ir cargado mil pasos, ve con él otros dos mil.
Al que te pide, dale; y no tuerzas el rostro al que pretenda de ti algún préstamo.
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Habéis oído que fue dicho: Amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo.
Yo os digo más: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian,
para que seáis hijos imitadores de vuestro Padre celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos y pecadores.
Que si no amáis sino a los que os aman, ¿qué premio habéis de tener? No lo hacen así aun los publicanos?
Y si no saludáis a otros que a vuestros hermanos, ¿qué tiene eso de particular? Por ventura ¿no hacen también esto los paganos?
Sed, pues, vosotros, perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto, imitándole en cuanto podáis.
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