O queráis muchos de vosotros, hermanos míos, hacer de maestros, considerando que os exponéis a un juicio muy riguroso.
Porque todos tropezamos en muchas cosas. Que si alguno no tropieza en palabras, éste tal se puede decir que es varón perfecto, y que puede tener a raya a todo el cuerpo y sus pasiones.
Así como si metemos un freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, movemos su cuerpo a dondequiera.
Mirad también cómo las naves, aunque sean grandes y estén llevadas de impetuosos vientos, con un pequeño timón se mueven acá y allá donde quiere el impulso del piloto.
Así también la lengua es un miembro pequeño, sí, pero viene a ser origen fastuoso de cosas de gran bulto o consecuencia. ¡Mirad un poco de fuego cuán gran bosque incendia!
La lengua también es un fuego, es un mundo entero de maldad. La lengua es uno de nuestros miembros, que contamina todo el cuerpo, y siendo inflamada del fuego infernal inflama la rueda, o toda la carrera, de nuestra vida.
El hecho es, que toda especie de bestias, de aves, y de serpientes, y de otros animales se amansan y han sido domados por la naturaleza del hombre;
mas la lengua ningún hombre puede domarla, ella es un mal que no puede atajarse, y está llena de mortal veneno.
Con ella bendecimos a Dios Padre, y con la misma maldecimos a los hombres, los cuales son formados a semejanza de Dios.
De una misma boca sale la bendición y la maldición. No han de ir así las cosas, hermanos míos.
¿Acaso una fuente echa por el mismo caño agua dulce y agua amarga?
O ¿puede, hermanos míos, una higuera producir uvas, o la vid higos? Así tampoco la fuente salada puede dar el agua dulce.
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¿Hay entre vosotros alguno tenido por sabio y bien amaestrado para instruir a otros? Muestre por el buen porte su proceder y una sabiduría llena de dulzura.
Mas si tenéis un celo amargo y el espíritu de discordia en vuestros corazones, no hay para qué gloriaros y levantar mentiras contra la verdad;
que esa sabiduría no es la que desciende de arriba; sino más bien una sabiduría terrena, animal y diabólica.
Porque donde hay tal celo o envidia y espíritu de discordia, allí reina el desorden y todo género de vicios.
Al contrario, la sabiduría que desciende de arriba, además de ser honesta y llena de pudor, es pacífica, modesta, dócil, susceptible o concorde con todo lo bueno, llena de misericordia y de excelentes frutos de buenas obras, que no se mete a juzgar, y está ajena de hipocresía.
Y es que los pacíficos son los que siembran en paz los frutos de la verdadera justicia, o santidad.
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