CUÁL es, pues, me diréis, la ventaja de los judíos sobre los gentiles?; o ¿qué utilidad se saca en ser del pueblo circuncidado?
La ventaja de los judíos es grande de todos modos. Y principalmente porque a ellos les fueron confiados los oráculos de Dios.
Porque, en fin, si algunos de ellos no han creído, ¿su infidelidad frustrará por ventura la fidelidad de Dios? Sin duda que no,
siendo Dios, como es, veraz, y mentiroso todo hombre según aquellos que David dijo a Dios: A fin de que tú seas reconocido fiel en tus palabras, y salgas vencedor en los juicios que de ti se hacen.
Mas si nuestra injusticia o iniquidad hace resaltar la justicia de Dios, ¿qué diremos? ¿No será Dios (hablo a lo humano) injusto en castigarnos?
Nada menos. Porque si así fuese, ¿cómo sería Dios el juez del mundo?
Pero si la fidelidad o verdad de Dios, añadirá alguno, con ocasión de mi infidelidad o malicia se ha manifestado más gloriosa, ¿por qué razón todavía soy yo condenado como pecador?
¿Y por qué (como con una insigne calumnia esparcen algunos que nosotros decimos) no hemos de hacer nosotros un mal, a fin de que de él resulte un bien? Los que dicen esto son justamente condenados.
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¿Diremos, pues, que somos los judíos más dignos que los gentiles? No por cierto. Pues ya hemos demostrado que así judíos como gentiles todos están sujetos al pecado,
según aquello que dice la Escritura: No hay uno que sea justo;
no hay quien sea cuerdo, no hay quien busque a Dios;
todos se descarriaron, todos se inutilizaron; no hay quien obre bien, no hay siquiera uno;
su garganta es un sepulcro abierto, se han servido de sus lenguas para urdir enredos; dentro de sus labios tienen veneno de áspides;
su boca está llena de maldición y de amargura;
son sus pies ligeros para ir a derramar sangre;
todos sus pasos se dirigen a oprimir y a hacer infelices a los demás;
porque la senda de la paz nunca la conocieron,
ni tienen el temor de Dios ante sus ojos.
Pero sabemos que cuantas cosas dice la ley, todas las dirige a los que profesan la ley a fin de que toda boca enmudezca, y todo el mundo, así judíos como gentiles, se reconozca reo delante de Dios;
supuesto que delante de él ningún hombre será justificado por solas las obras de la ley. Porque por la ley se nos ha dado el conocimiento del pecado.
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Cuando ahora la justicia que da Dios sin la ley se nos ha hecho patente, según está atestiguada por la ley y los profetas.
Y esta justicia que da Dios por la fe en Jesucristo, es para todos y sobre todos los que creen en él, pues no hay distinción alguna entre judío y gentil;
porque todos pecaron, y tienen necesidad de la gloria o gracia de Dios,
siendo justificados gratuitamente por la gracia del mismo, en virtud de la redención que todos tienen en Jesucristo,
a quien Dios propuso para ser la víctima de propiciación en virtud de su sangre por medio de la fe, a fin de demostrar la justicia que da él mismo perdonando los pecados pasados,
soportados por Dios con tanta paciencia, con el fin, digo, de manifestar su justicia en el tiempo presente; por donde se vea cómo él es justo en sí mismo, y que justifica al que tiene la fe de Jesucristo.
Ahora, pues, ¿dónde está, ¡oh judío!, el motivo de gloriarte? Queda excluido. ¿Por qué ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.
Así que, concluimos ser justificado el hombre por la fe viva sin las obras de la ley.
Porque en fin, ¿es acaso Dios de los judíos solamente?; ¿no es también Dios de los gentiles? Sí, por cierto, de los gentiles también.
Porque uno es realmente el Dios que justifica por medio de la fe a los circuncidados, y que con la misma fe justifica a los no circuncidados.
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Luego nosotros, dirá alguno, ¿destruimos la ley de Moisés por la fe en Jesucristo? No hay tal, antes bien confirmamos la ley.
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