TRA vez se puso a enseñar cerca del mar; y acudió tanta gente, que le fue preciso subir en una barca, y sentarse en ella dentro del mar, estando toda la gente en tierra a la orilla.
Y les enseñaba muchas cosas, usando parábolas, y les decía así conforme a su manera de enseñar:
Escuchad: Haced cuenta que salió un sembrador a sembrar;
y al esparcir el grano, parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y lo comieron.
Parte cayó sobre pedregales, donde había poca tierra, y luego nació por no poder profundizar en ella;
mas calentando el sol, se marchitó; y como no tenía raíces, se secó.
Otra parte cayó entre espinas, y las espinas crecieron y lo ahogaron, y así no dio fruto.
Finalmente, parte cayó en buena tierra, y dio fruto erguido y abultado, cuál a treinta por uno, cuál a sesenta, y cuál a ciento.
Y les decía: Quien tiene oídos para oír, escuche y reflexione.
•
Estando después a solas, le preguntaron los doce que estaban con él la significación de la parábola.
Y él les decía: A vosotros se os ha concedido el saber o conocer el misterio del reino de Dios; pero a los extraños, todo se les anuncia en parábolas,
de modo que viendo, vean y no reparen; y oyendo, oigan y no entiendan, por miedo de llegar a convertirse, y de que se les perdonen los pecados.
Después les dijo: ¿Así que vosotros no entendéis esta parábola? ¿Pues cómo entenderéis todas las demás?
Escuchad: El sembrador es el que siembra la palabra.
Los sembrados junto al camino, son aquellos hombres en que se siembra la palabra, y luego que la han oído, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en sus corazones.
De ese modo los sembrados en pedregales, son aquellos que, oída la palabra, desde luego la reciben con gozo;
mas no echa raíces en ellos, y así dura muy poco, y luego que viene alguna tribulación o persecución por causa de la palabra, al instante se rinden.
Los otros sembrados entre espinas son los que oyen la palabra;
pero los afanes del siglo, y la ilusión de las riquezas, y los demás apetitos desordenados a que dan entrada, ahogan la palabra divina, y viene a quedar infructuosa.
Los sembrados, en fin, en buena tierra, son los que oyen la palabra y la reciben y conservan en su seno, y dan fruto, quién a treinta por uno, quién a sesenta, y quién a ciento.
•
Les decía también: ¿Por ventura se trae o enciende una luz para ponerla debajo de algún celemín, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla sobre un candelero?
Nada, pues, hay secreto que no se deba manifestar, ni cosa alguna que se haga para estar encubierta, sino para publicarse.
Quien tiene buenos oídos, entiéndalo.
Les decía igualmente: Atended bien a lo que vais a oír: La misma medida que hiciereis servir para los demás, servirá para vosotros; y aun se os dará con creces.
Porque al que ya tiene, se le dará; y el que no tiene será privado aun de aquello que tiene.
•
Decía asimismo: El reino de Dios viene a ser a manera de un hombre que siembra su heredad.
Y ya duerma o vele noche y día, el grano va brotando y creciendo sin que el hombre lo advierta.
Porque la tierra produce primero el trigo en hierba, luego la espiga, y por último, el grano lleno en la espiga.
Y después que está el fruto maduro, inmediatamente se le echa la hoz, porque llegó ya el tiempo de la siega.
•
Y proseguía, diciendo: ¿A qué cosa compararemos el reino de Dios? ¿O con qué parábola le representaremos?
Es como el granito de mostaza, que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña entre las simientes que hay en ella.
Mas después de sembrado, sube y se hace mayor que todas las legumbres, y echa ramas tan grandes, que las aves del cielo pueden reposar debajo de su sombra.
Con muchas parábolas semejantes a ésta les predicaba la palabra, conforme a lo que podían entender;
y no les hablaba sin parábolas, aunque se lo descifraba todo a sus discípulos.
•
Aquel mismo día, siendo ya tarde, les dijo: Pasemos a la ribera de enfrente.
Y despidiendo al pueblo, estando Jesús como estaba en la barca, se hicieron con él a la vela; y le iban acompañando otros barcos.
Se levantó entonces una gran tempestad de viento, que arrojaba las olas en la barca; de manera que ya ésta se llenaba de agua.
Entretanto él estaba durmiendo en la popa sobre un cabezal. Le despertaron, pues y le dijeron: Maestro, ¿no se te da nada que perezcamos?
Y él, levantándose, amenazó al viento, y dijo al mar: Calla tú, sosiégate; y al instante calmó el viento y sobrevino una gran tranquilidad.
Entonces les dijo: ¿De qué teméis? ¿Cómo no tenéis fe todavía?,
y quedaron sobrecogidos de gran espanto, diciéndose unos a otros: ¿Quién es éste a quien aun el viento y el mar prestan obediencia?
Père
Fils
Saint-Esprit
Anges
Satan
Commentaires
Référence
Œuvre d'Art
Atlas