ABLO entonces fijos los ojos en el sanedrín les dijo: Hermanos míos, yo hasta el día presente he observado tal conducta, que en la presencia de Dios nada me remuerde la conciencia.
En esto el príncipe de los sacerdotes Ananías mandó a sus ministros que le hiriesen en la boca.
Entonces le dijo Pablo: Herirte ha Dios a ti, pared blanqueada. ¿Tú estás sentado para juzgarme según la ley, y contra la ley mandas herirme?
Los circunstantes le dijeron: ¿Cómo maldices tú al sumo sacerdote de Dios?
A esto respondió Pablo: Hermanos, no sabía que fuese el príncipe de los sacerdotes. Porque realmente escrito está: No maldecirás al príncipe de tu pueblo.
Sabiendo Pablo que parte de los que asistían eran saduceos y parte fariseos, exclamó en medio del sanedrín: Hermanos míos, yo soy fariseo, hijo de fariseos y por causa de mi esperanza de la resurrección de los muertos es por lo que voy a ser condenado.
Desde que hubo proferido estas palabras, se suscitó discordia entre los fariseos y saduceos, y se dividió la asamblea en dos partidos.
Porque los saduceos dicen que no hay resurrección , ni ángel ni espíritu; cuando al contrario los fariseos confiesan ambas cosas.
Así que fue grande la gritería que se levantó. Y puestos en pie algunos fariseos, porfiaban, diciendo: Nada de malo hallamos en este hombre; ¿quién sabe si le habló algún espíritu o ángel?
Y enardeciéndose más la discordia, temeroso el tribuno que despedazasen a Pablo, mandó bajar a los soldados, para que le quitasen de en medio de ellos, y le condujesen a la fortaleza.
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A la noche siguiente se le apareció el Señor, y le dijo: ¡Pablo, buen ánimo!, así como has dado testimonio de mí en Jerusalén , así conviene también que lo des en Roma.
Venido el día se juntaron algunos judíos, e hicieron voto con juramento e imprecación, de no comer ni beber hasta haber matado a Pablo.
Eran más de cuarenta hombres los que se habían así conjurado;
los cuales se presentaron a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, y dijeron: Nosotros nos hemos obligado con voto y grandes imprecaciones, a no probar bocado hasta que matemos a Pablo.
Ahora, pues, no tenéis más que avisar al tribuno de parte del sanedrín, pidiéndole que haga conducir mañana a Pablo delante de vosotros, como que tenéis que averiguar de él alguna cosa con más certeza. Nosotros de nuestra parte estaremos prevenidos para matarle antes que llegue.
Mas como un hijo de la hermana de Pablo entendiese la trama, fue, y entró en la fortaleza, y dio aviso a Pablo.
Pablo llamado a uno de los centuriones, dijo: Lleva este mozo al tribuno, porque tiene que participarle cierta cosa.
El centurión tomándole consigo le condujo al tribuno, y dijo: Pablo el preso me ha pedido que traiga a tu presencia a este joven, que tiene que comunicarte alguna cosa.
El tribuno cogiendo de la mano al mancebo, se retiró con él a solas, y le preguntó: ¿Qué es lo que tienes que comunicarme?
El respondió: Los judíos han acordado el suplicarte que mañana conduzcas a Pablo al concilio, con pretexto de querer examinarle más individualmente de algún punto.
Pero tú no los creas, porque de ellos le tienen armadas acechanzas más de cuarenta hombres, los cuales con grandes juramentos han hecho voto de no comer ni beber hasta que le maten; y ya están alerta, esperando que tú les concedas lo que piden.
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El tribuno despidió al muchacho, mandándole que a nadie dijese que había hecho aquella delación.
Y llamando a dos centuriones, les dijo: Tened prevenidos para las nueve de la noche doscientos soldados de infantería, para que vayan a Cesarea, y setenta de caballería, y doscientos alabarderos, o lanceros:
Y preparad bagajes para que lleven a Pablo, y le conduzcan sin peligro de su vida al gobernador Félix.
(Porque temió el tribuno que los judíos le arrebatasen, y matasen, y después él mismo padeciese la calumnia de haberlo permitido, sobornado con dinero). Y al mismo tiempo escribió una carta al gobernador Félix, en los términos siguientes:
Claudio Lisias al óptimo gobernador Félix, salud.
A ese hombre preso por los judíos, y a punto de ser muerto por ellos, acudiendo con la tropa le libré, noticioso de que era ciudadano romano;
y queriendo informarme del delito de que le acusaban, condújele a su sanedrín.
Allí averigüé que es acusado sobre cuestiones de su ley de ellos; pero que no ha cometido ningún delito digno de muerte o de prisión.
Y avisado después de que los judíos le tenían urdidas acechanzas, te lo envío a ti, previniendo también a sus acusadores que recurran a tu tribunal. Ten salud.
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Los soldados, pues, según la orden que se les había dado, encargándose de Pablo, le condujeron de noche a la ciudad de Antipátrida.
Al día siguiente dejando a los de a caballo para que le acompañasen, se volvieron los demás a la fortaleza.
Llegados que fueron a Cesarea, y entregada la carta al gobernador, le presentaron así mismo a Pablo.
Luego que leyó la carta, le preguntó de qué provincia era, y oído que de Cilicia, dijo:
Te daré audiencia viniendo tus acusadores. Entre tanto mandó que le custodiasen en el pretorio llamado de Herodes .
Père
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